Shyamalan es un cineasta muy personal. Y como todo cineasta personal tiene detractores y defensores a ultranza que rozan el fanatismo. En ambos lados. A mí me cuesta trabajo decantarme por ninguna de estas dos posiciones tan polarizadas, aunque estoy más con los que están a favor que con los que están en contra. Valoro muy positivamente el esfuerzo del director por dejar impronta de su estilo y de ser tan original como controvertido. Y esto no lo ha llevado bien en muchas fases de su vida. Le han sentado fatal muchas de las críticas, pero parece que ya se sobrepuesto a estas cosas.

Como digo, le valoro sus obras maestras (que las tiene y bastantes) pero tampoco me duelen prendas en decir que a veces ha metido la pata (que tampoco han sido pocas). Pero siempre merece la pena ver sus películas. Esta que nos ocupa, la situaría yo más en el segundo grupo de su obra. Es cierto que no es una metedura de pata demasiado profunda, pero sí es verdad que no llega a lo que se prometía. Quizá ese sea uno de los principales problemas de la obra de Shyamalan: las expectativas. Uno espera ver una cosa y al final ve otra. Y eso no se le puede reprochar al director, sino al espectador. Así que reconozco mi parte de culpa. Pero, también se debe decir que, como en otras ocasiones, la película empieza muy bien. Shyamalan sabe cómo crear intriga y desasosiego... eso es innegable. Pero, tal y como le pasa con otras obras suyas (como "El incidente"), la trama no da para demasiado y, por desgracia, el desenlace también es verdaderamente decepcionante (sigue son sus manías del giro final a la hora de la explicación y a veces se mete en unos berenjenales de difícil resolución. Eso ya depende de las tragaderas de cada cual y a mí, esta vez, no me entró.

En definitiva, que tras una racha muy recomendable con "La visita", "Múltiple" y "Glass", Shyamalan nos da la de arena (o la de cal, no sé cuál es la buena y cuál la mala)... lo que no impide que esperemos con gana la próxima película de este director