De entrada tenemos que tener en cuenta el momento en el que se desarrolla la historia de la película, y es la caída del muro de Berlín. Aunque pueda parecer un momento alejado visto desde nuestra perspectiva, lo cierto es que se trata de un ayer muy cercano, que supuso un antes y un después para el desarrollo de la Europa de los 90: la unificación del pueblo alemán y el “fin” entre las rencillas que existían en una misma nación. Desde mi punto de vista, el director, Wolfang Becker, ha sabido hacer un retrato fiel de cómo se sucedieron aquellos días desde el momento en que fue derribada la cortina de hormigón; esto es así porque la película nos muestra dos ambientes diferentes: el paisaje del pueblo oriental, en el que podemos apreciar un modo de vida muy diferente al del vecino occidental, que para nuestros ojos es, a mi juicio, algo más común. Además, llama la atención el interés por parte del director en retratar cómo una de las dos alemanias tenía que sucumbir ante el avance (¿imposición?) de la otra: las vestimentas que utilizan los personajes, las multinacionales que llegan con ganas de conquistar nuevos mercados (Coca-Cola y Burger King), la unificación de la moneda, etc…

Además de destacar la importancia escenográfica, es necesario, también, incidir en el hilo argumental: la relación entre Alexander y su madre Christiane. Después de ver la película, es posible decir que Alexander cae en una espiral obsesiva debido a su interés en crear un escenario ficticio en donde sólo su madre será la única protagonista, de ahí que logre, durante un tiempo, hacerle creer que nada ha cambiado y que después de su despertar todo sigue igual. Pero sobre esa aparente actitud obsesiva y excesivamente protectora de Alexander, subyace el verdadero amor que existe entre una madre y un hijo, y que en mi opinión el director ha sabido retratarlo bellamente delante de las cámaras.