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Voto de Francisco Javier Millan:
8
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2 de septiembre de 2016
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué razón tiene Woody Allen al afirmar que la vida está escrita por un guionista sádico, probablemente una de las frases más memorables y que mejor ejemplifican su nueva propuesta. Una película que parece conseguir al fin, tras muchos años de espera, un cierto consenso entre sus seguidores y críticos.
Allen enmarca el relato en los años 30, en una época idealizada a lo que al cine de Hollywood se refiere, mostrándonos un ecosistema de glamur apoyado principalmente en la imponente fotografía de Vittorio Storaro. Jamás Los Ángeles y Nueva York han lucido de la manera que lo muestra este mítico director de fotografía.
Esta puesta en escena de la sociedad que quería estar a la moda en aquella década, se presenta a través de los ojos de un excelente Jesse Eisenberg, capaz de heredar algunos de los tics de Allen, llevándoselos a su propio terreno. El director neoyorkino sin duda ha encontrado en él una versión rejuvenecida de sí mismo.
El protagonista se ve introducido en un entorno que le es ajeno y, poco a poco, va consiguiendo meter cabeza en un mundo donde las apariencias y la superficialidad son lo más valorado. Una historia narrada de manera paralela entre dos ciudades muy diferentes, que viene a demostrar el corazón palpitante de ambas y su manera de ser más arquetípica.
El guión no tarda en desarrollar el habitual triángulo amoroso, visto desde la firma de su autor, rescatando y consiguiendo que nos creamos que Kristen Stewart puede tener más vida más allá de los productos adolescentes vampíricos. La actriz logra componer una adorable personaje, una Vonnie de esas que todos nos hemos encontrado alguna vez en la vida y que, por diferentes razones, nunca hemos podido conquistar del todo. Enseguida aparece la que supuestamente es la mujer que vendrá a definirlo, todo ello sin olvidar el gran recuerdo que le causa su anterior amor. Su mirada distante en la noche de fin de año lo dice todo, él nunca podrá dejar de rememorarla e idealizarla.
Woody Allen entrega un material mucho más optimista que el exhibido el año pasado con “Irrational Man”, volviendo a esa especie de nostalgia positiva, aderezada con un buen puñado de romanticismo, como parte de los ingredientes que han venido a definir los mejores títulos de su carrera. Siendo por lo tanto este último, uno de ellos.
Allen enmarca el relato en los años 30, en una época idealizada a lo que al cine de Hollywood se refiere, mostrándonos un ecosistema de glamur apoyado principalmente en la imponente fotografía de Vittorio Storaro. Jamás Los Ángeles y Nueva York han lucido de la manera que lo muestra este mítico director de fotografía.
Esta puesta en escena de la sociedad que quería estar a la moda en aquella década, se presenta a través de los ojos de un excelente Jesse Eisenberg, capaz de heredar algunos de los tics de Allen, llevándoselos a su propio terreno. El director neoyorkino sin duda ha encontrado en él una versión rejuvenecida de sí mismo.
El protagonista se ve introducido en un entorno que le es ajeno y, poco a poco, va consiguiendo meter cabeza en un mundo donde las apariencias y la superficialidad son lo más valorado. Una historia narrada de manera paralela entre dos ciudades muy diferentes, que viene a demostrar el corazón palpitante de ambas y su manera de ser más arquetípica.
El guión no tarda en desarrollar el habitual triángulo amoroso, visto desde la firma de su autor, rescatando y consiguiendo que nos creamos que Kristen Stewart puede tener más vida más allá de los productos adolescentes vampíricos. La actriz logra componer una adorable personaje, una Vonnie de esas que todos nos hemos encontrado alguna vez en la vida y que, por diferentes razones, nunca hemos podido conquistar del todo. Enseguida aparece la que supuestamente es la mujer que vendrá a definirlo, todo ello sin olvidar el gran recuerdo que le causa su anterior amor. Su mirada distante en la noche de fin de año lo dice todo, él nunca podrá dejar de rememorarla e idealizarla.
Woody Allen entrega un material mucho más optimista que el exhibido el año pasado con “Irrational Man”, volviendo a esa especie de nostalgia positiva, aderezada con un buen puñado de romanticismo, como parte de los ingredientes que han venido a definir los mejores títulos de su carrera. Siendo por lo tanto este último, uno de ellos.