Largarte a la Amazonia Peruana a rodar la increible odisea de un perturbado que quiere construir un teatro en mitad de la selva, lograr que un barco de vapor de 320 toneladas sea trasladado a rastras por la ladera de una colina, apechugar con que Mick Jagger deserte de tu película por los continuos retrasos de la grabación, que tu protagonista (Jason Robards) enferme de disentería y tengas que sustituirlo por tu peor enemigo (Klaus Kinski), acarrear con la utilización de tres barcos durante la filmación en unos rápidos y sufrir un accidente real que provocó media docena de heridos, o que, después de todo eso, te veas obligado a mediar entre un jefe indígena de verdad que participa en la película y quiere matar a Klaus Kinski. Y sin embargo, a pesar de todo, no solo logres que un barco de vapor cruce la puñetera colina, atraviese unos rápidos infernales y vuelva (casi) sano y salvo a casa mientras se representa una ópera a bordo, o que las tomas de tu embarcación navegando, sin más diálogo que Verdi y Bellini sonando de fondo, se equiparen en belleza a las del acoplamiento a la estación espacial con 'El Danubio Azul' de Richard Strauss en '2001: A Space Odissey' (1968, Stanley Kubrick), sino hacer también que Klaus Kinski parezca por momentos un ser humano agradable y halles la forma de hacer que resulte creible ver cómo Claudia Cardinale, en una incipiente y casi imperceptible madurez, se enamore de él.
'Fitzcarraldo' (1982, Werner Herzog), bajo el caparazón esquizofrénico de un relato de aventuras a lo Joseph Conrad, era y es, a pesar de las infames condiciones de rodaje en que se fraguó, una odisea cinematográfica tan extrema y costosa como lo fue 'Apocalypse Now' (1979, Francis Ford Coppola), solo que con un desenlace tan hermoso y optimista como el de la mejor feel good movie. Si al regresar a buen puerto te esperan un concierto de ópera al aire libre y la sonrisa radiante de Claudia Cardinale recibiéndote con los brazos abiertos, el sufrimiento no habrá sido en balde.