Algún malvado podría decir que se trata de un cruce entre el cine de Fassbinder y el de Pedro Almodóvar -que no en vano tiene una breve aparición como actor en la peli y que también fungió como segundo ayudante de dirección- para restarle valor. Lo cierto es que en su día fue un pequeño acontecimiento, pues hasta entonces no se habían tratado nunca tan abiertamente y sin tapujos en el cine español -y seguramente contadas veces en el de todo el mundo- cuestiones como la homosexualidad o el transformismo y a ello se añade una carga política muy del cine de entonces que, vista hoy en día, la convierten en una peli más que interesante.

Tiene asimismo alguna escena particularmente bella, como la del desvelamiento del hijo a la madre de su identidad, y todo lo que atañe a la relación entre ambos. Lo que pasa es que, como se ha dicho en alguna crítica profesional, todo es bastante esquemático, y especialmente toda la dimensión política y social de la historia que, quizá no resulta del todo creíble. Falta recreación político- histórica y ambientación social que encuadre algo mejor las actitudes políticas del personaje y de la célula que lidera para explicar algo mejor sus contradicciones. Y en el tramo final y que es el que más tiene que ver con el compromiso político, el espectador siente que la película se desliza por una pendiente de inverosimilitud que provoca escepticismo. O sea, que aunque el resultado es notable, Flor de Otoño emociona y sobre todo sorprende, pero no termina de ser convincente.