Teniendo en cuenta que del ínclito Álex de La Iglesia se puede esperar cualquier cosa menos convencionalidad, es una auténtica pena que este delirio de homenajes (por no hablar de plagios) de muchas escenas famosas de clásicos del cine pasados por el turmix del absurdo, decaiga ostensiblemente a partir de la segunda mitad del metraje cayendo en clichés. Si desde la hilarante primera escena (que recuerda a la obra de teatro "Arte") no se nos deja respirar y la frenética acción mental no nos da tiempo ni para pestañear, el déjà vu cinematográfico progresivo que va empañando el filme empieza a ser excesivo y estropea bastante el resultado final.

Por fortuna, tanto los actores actúan con relativa sobriedad (incluido el activista de lince de Toledo) y no se homenajea por ningún lado a los represaliados de la Guerra Civil, que no es poco. Aunque cada vez que oigo la voz de Fernando Tejero me lo imagino todavía en una portería haciendo el burro. Es lo que tiene el encasillamiento no buscado.