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Voto de Jordirozsa:
7
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3.198
Terror
Huyendo de los horrores de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), ocho escolares, acompañados por la directora del colegio (Helen McCrory) y una profesora (Phoebe Fox), son evacuados de Londres y trasladados a una aldea. Allí conocen a Harry Burnstow (Jeremy Irvine), un piloto de la RAF que, al igual que ellos, se alojará en una ruinosa casa situada en una isla que sólo se comunica con tierra firme por la carretera de las Nueve Vidas, ... [+]
27 de noviembre de 2022
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Visto el éxito de «Woman in Black» (2012), que demostró funcionar tanto a nivel artístico como comercial, en lo que sería el auge de su reentrada en los circuitos del cine de terror, la Hammer no se lo pensó dos veces en maquinar, producir y lanzar una segunda parte de la película con la que había conseguido un insólito taquillaje. No está claro que la compañía británica tuviese de antemano la idea de crear un «monstruo-franquicia», al estilo de cómo lo hizo con Drácula, Frankenstein o la Momia, entre los años 50 y 70, época de su clásico esplendor. Con la primera entrega de la adaptación de la novela de Susan Hill, el círculo narrativo queda cerrado, y la jugada de establecer una línea de continuidad con el tema de la oscura y vengativa señora de Eel Marsh, la apuesta se antojaba incierta y difícil de hacer cuajar en una supuesta saga de películas, como hemos visto en tantas otras famosas del género.
El caso es que pusieron a la tecla al guionista Jon Croker («Paddington 2», 2017; «One Gets Out Alive», 2021), y al televisivo Tom Harper, entonces nada trillado en el largometraje, y hasta la fecha sólo con tres relevantes («The Aeronauts», 2019; «Wild Rose», 2018), contando el que nos ocupa. Con ellos, los productores hicieron un relevo «a full» de casi todo el equipo, empezando por técnicos, hasta todo el elenco actoral, y por razones obvias en el caso de Daniel Radcliffe. De todos modos, dudo que, aunque le hubiesen pedido reaparecer en esta secuela, accediera a sumarse al pasaje de tal insegura aventura.
«The Woman in Black 2: The Angel of the Death» (2014) parte, pues, de la base de una historia que tiene su propia resolución final, y que en principio no daba lugar a prolongación alguna del tópico del fantasma vengativo de Jenett Humfrye. Algo que, a priori, supone un problema en el plano narrativo, pero la cinta de Harper se puede visionar perfectamente sin haber asistido al pase de la de James Watkins, ya que nos encontramos ante un relato diferente, con distinta trama y distintos intérpretes, aunque de fondo el espectro siga dando la brasa. De algún modo, a su manera, el film funciona en sus diferentes apartados, e incluso mejor que algunos homólogos de su predecesora. A ello se afanan todos los participantes del proyecto, si bien el resultado es igualmente irregular, con varios puntos flacos, sobre todo en lo que refiere al «script» y a los diálogos, que con más personajes y una mayor complejidad en la estructura de las subtramas, requerían algo más de elaboración. En este ámbito, se nota de lejos la pereza de los escribanos y del cineasta, excesivamente confiados en la eficacia de la atmósfera creada por un «set» que conserva todo el vigor del que creara Paul Ghirardani. El trabajo de Andrew Munro nada le tiene que envidiar.
El premio de casi cincuenta millones de dólares de ingresos no iguala, ni mucho menos, la anterior proeza, bendecida principalmente por el «glamour» que aportó una potente nómina de artistas escénicos (Daniel Radcliffe, Ciarán Hinds, Janet McTeer…), y el resurgimiento de un terror gótico a la inglesa, que deslumbró a las vulgaridades que estaban (y todavía) proliferando en nuestras pantallas. Sin embargo, es lo suficientemente indicativo del «hambre» de horror que se expresa o manifiesta en el cine de manera más sugestiva e intuitiva, no basada únicamente en el sobresalto y la casquería.
Una de las estrategias empleadas para evitar una vacua reiteración de trama, al estilo de la secuencia de fascículos de «Halloween», «Friday the 13th», «Nightmare at Elm Estret», y en las que la propia Hammer cayó con sus «monstruos estrella» (al fin y al cabo era lo que el público pedía; más de lo mismo sin ver la misma película), es trasladar la ficción cuarenta años después, en plena Segunda Guerra Mundial: el primer plano es la panorámica del Londres al que muchos estamos acostumbrados a que se nos presente, en muchas películas, a plena luz del día, impoluta, imponente, inviolable… la imagen de un Londres que aquí aparece totalmente bajo un decorado apocalíptico: bombardeada, bajo la penumbra de un cielo grisáceo, con edificios derruidos y humeantes… y acto seguido abre el telón en la claustrofóbica localización subterránea del metro, donde permanecen refugiados ciudadanos despavoridos, doloridos, cansados, desesperados… entre los que una niña es el único ser que sonríe en aquél valle de lágrimas.
Este ambiente de inseguridad, del que veremos huir, primero en tren, y después en un vetusto autobús, a un grupo de niños con dos cuidadoras (dos maestras interpretadas por la protagonista Phoebe Fox, y la muy lograda secundaria, que representa ser su superior, Helen Mc.Crory), transmite ya de entrada una sensación de sofoco, que empeorará a medida que avance el metraje. El grupo de evacuados huye de una zona de extremo peligro para sus vidas, para dirigirse (sin saberlo de momento ellos), a otro lugar que, lejos de ser resguardo, significará una amenaza todavía peor. Por ende, el decorado circundante de Eel Marsh, a parte del ya semi arruinado caserón victoriano que utilizarán como escuela-cobijo improvisada, al que recordemos sólo se puede acceder por un estrecho camino, viable sólo con la marea baja, aparece Crythin Grifford totalmente abandonado: ni los huraños habitantes de la película de Watkins están. El único contacto humano será el piloto de la RAF destinado a una base cercana, encarnado por el guapísimo Jeremy Irvine («War Horse», 2012).
La subtrama de amor tejida entre éste y la principal (otro cambio introducido respecto al rol que interpretaba Radcliffe), es también un recurso que el libreto de Jon Croker utiliza para llenar de contenido el relato. La presencia del piloto jugará también un rol de «partener» para la tribulada Eve, en su esforzado empeño de proteger a los chavales y chavalas que tiene a su cargo.
El guion estructura la constelación de personajes alrededor del papel de la joven Eve Parkins, que en su doble función de docente cuidadora,
El caso es que pusieron a la tecla al guionista Jon Croker («Paddington 2», 2017; «One Gets Out Alive», 2021), y al televisivo Tom Harper, entonces nada trillado en el largometraje, y hasta la fecha sólo con tres relevantes («The Aeronauts», 2019; «Wild Rose», 2018), contando el que nos ocupa. Con ellos, los productores hicieron un relevo «a full» de casi todo el equipo, empezando por técnicos, hasta todo el elenco actoral, y por razones obvias en el caso de Daniel Radcliffe. De todos modos, dudo que, aunque le hubiesen pedido reaparecer en esta secuela, accediera a sumarse al pasaje de tal insegura aventura.
«The Woman in Black 2: The Angel of the Death» (2014) parte, pues, de la base de una historia que tiene su propia resolución final, y que en principio no daba lugar a prolongación alguna del tópico del fantasma vengativo de Jenett Humfrye. Algo que, a priori, supone un problema en el plano narrativo, pero la cinta de Harper se puede visionar perfectamente sin haber asistido al pase de la de James Watkins, ya que nos encontramos ante un relato diferente, con distinta trama y distintos intérpretes, aunque de fondo el espectro siga dando la brasa. De algún modo, a su manera, el film funciona en sus diferentes apartados, e incluso mejor que algunos homólogos de su predecesora. A ello se afanan todos los participantes del proyecto, si bien el resultado es igualmente irregular, con varios puntos flacos, sobre todo en lo que refiere al «script» y a los diálogos, que con más personajes y una mayor complejidad en la estructura de las subtramas, requerían algo más de elaboración. En este ámbito, se nota de lejos la pereza de los escribanos y del cineasta, excesivamente confiados en la eficacia de la atmósfera creada por un «set» que conserva todo el vigor del que creara Paul Ghirardani. El trabajo de Andrew Munro nada le tiene que envidiar.
El premio de casi cincuenta millones de dólares de ingresos no iguala, ni mucho menos, la anterior proeza, bendecida principalmente por el «glamour» que aportó una potente nómina de artistas escénicos (Daniel Radcliffe, Ciarán Hinds, Janet McTeer…), y el resurgimiento de un terror gótico a la inglesa, que deslumbró a las vulgaridades que estaban (y todavía) proliferando en nuestras pantallas. Sin embargo, es lo suficientemente indicativo del «hambre» de horror que se expresa o manifiesta en el cine de manera más sugestiva e intuitiva, no basada únicamente en el sobresalto y la casquería.
Una de las estrategias empleadas para evitar una vacua reiteración de trama, al estilo de la secuencia de fascículos de «Halloween», «Friday the 13th», «Nightmare at Elm Estret», y en las que la propia Hammer cayó con sus «monstruos estrella» (al fin y al cabo era lo que el público pedía; más de lo mismo sin ver la misma película), es trasladar la ficción cuarenta años después, en plena Segunda Guerra Mundial: el primer plano es la panorámica del Londres al que muchos estamos acostumbrados a que se nos presente, en muchas películas, a plena luz del día, impoluta, imponente, inviolable… la imagen de un Londres que aquí aparece totalmente bajo un decorado apocalíptico: bombardeada, bajo la penumbra de un cielo grisáceo, con edificios derruidos y humeantes… y acto seguido abre el telón en la claustrofóbica localización subterránea del metro, donde permanecen refugiados ciudadanos despavoridos, doloridos, cansados, desesperados… entre los que una niña es el único ser que sonríe en aquél valle de lágrimas.
Este ambiente de inseguridad, del que veremos huir, primero en tren, y después en un vetusto autobús, a un grupo de niños con dos cuidadoras (dos maestras interpretadas por la protagonista Phoebe Fox, y la muy lograda secundaria, que representa ser su superior, Helen Mc.Crory), transmite ya de entrada una sensación de sofoco, que empeorará a medida que avance el metraje. El grupo de evacuados huye de una zona de extremo peligro para sus vidas, para dirigirse (sin saberlo de momento ellos), a otro lugar que, lejos de ser resguardo, significará una amenaza todavía peor. Por ende, el decorado circundante de Eel Marsh, a parte del ya semi arruinado caserón victoriano que utilizarán como escuela-cobijo improvisada, al que recordemos sólo se puede acceder por un estrecho camino, viable sólo con la marea baja, aparece Crythin Grifford totalmente abandonado: ni los huraños habitantes de la película de Watkins están. El único contacto humano será el piloto de la RAF destinado a una base cercana, encarnado por el guapísimo Jeremy Irvine («War Horse», 2012).
La subtrama de amor tejida entre éste y la principal (otro cambio introducido respecto al rol que interpretaba Radcliffe), es también un recurso que el libreto de Jon Croker utiliza para llenar de contenido el relato. La presencia del piloto jugará también un rol de «partener» para la tribulada Eve, en su esforzado empeño de proteger a los chavales y chavalas que tiene a su cargo.
El guion estructura la constelación de personajes alrededor del papel de la joven Eve Parkins, que en su doble función de docente cuidadora,
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
y «encargada» de investigar los sucesos pasados, subyacentes a la presencia del espíritu cabreado de la «Dama de Negro», verá chocar con éstos su propio pasado. La pérdida de un vástago es el «hilo de plata» que une la atormentada alma de dos madres. Al lado de este arco, tenemos el del pequeño Edward (soberbiamente actuado por Oaklee Pendergast, a quien ya vimos debutar en «Lo Imposible», 2012; y hacer su primera aparición en una cinta de terror, en «Wer», 2013), un niño que antes de huir de la fustigada capital británica, presencia la muerte de sus padres, y queda en mutismo post-traumático. El niño será, para burla de sus compañeros, una suerte de «medium» con la lúgubre fantasma.
Por su parte, tanto Mc.Crory (la escéptica, fría y estricta Jean Hogg), como Irvine (el piloto caído en desgracia y degradado Harry Burnstow), serán fundamentales en el sostenimiento de la columna vertebral narrativa, como dos contrafuertes que mantendrán la tensión emocional, tirando de lados opuestos en la experiencia de Eve y de los niños.
El mayor número de figuras dramáticas confiere a esta segunda parte una oportunidad para augmentar la marcha del ritmo. Y a pesar de que la urdimbre cuenta con una explicación más extensa de los infortunios que residen tras la reaparición del fantasma que llega a cebarse con algunos de los críos, no consigue terminar de desarrollar de forma plena y satisfactoria a cada uno de los que, en el careo con la amenazante presencia, se ven obligados al tiempo a enfrentarse con sus propios traumas. Será la superación de este conflicto consigo mismos, lo que determinará su salvación o redención.
La cámara de George Steel vive un poco de rentas del legado de Tim Maurice-Jones. Pero sin llegar al nivel de excelencia conseguido por éste, consigue mantener la atmósfera tétrica, y se adapta a las exigencias del rodaje, en el que tenemos varias secuencias de mayor e intensa acción. La forma de tratar los colores y las texturas no es tan pulida como la iluminación (aunque algunas tomas están sobrecargadas de tal nivel de oscuridad que enturbia la adecuada percepción del código visual), y quizás la película habría ganado sobremanera si hubiera sido rodada en blanco y negro.
La música de la trinidad Marco Beltrami, Brandon Roberts y Marcus Trumpp aboca un tono mucho más épico y lírico, trasladando por momentos el carácter estremecedor de la partitura a un campo más dramático, sin llegar a amputar los manidos preceptos de los efectos de sonido que se deben cumplir en una película de terror.
Con todo este esfuerzo para poder exprimir la patente de «The Woman in Black», para no quedarse en la ya cerrada y agotada fórmula explotada de la novela original de Susan Hill, la aeronave pilotada por Tim Harper sortea las turbulencias y se libra de un aterrizaje forzoso gracias al oficio del departamento técnico, y el buen hacer de los actores, que dan todo de sí, incluso más de lo que el ranciamente trabajado argumento les pudiera permitir.
Visto de forma más detenida, «The Woman in Black 2:The Angel of Death» es una película que profundiza mucho más en los aspectos psíquicos, emocionales de las personas, y la presencia de lo fantástico o paranormal se diluye en la metafora que refleja un cúmulo de pasiones ocultas, y de complejos que describen el trágico mundo interno de un colectivo que tuvo que soportar las miserias de una guerra, y sobrellevar sobre sus espaldas las catastróficas cicatrices que ésta dejó en sus vidas.
En el último plano de la foto familiar de Eve (que acaba adoptando a Edward por del estrecho vínculo que se ha formado entre ambos, de modo que él encuentra una nueva madre, y ella a un nuevo hijo), vemos aparecer por última vez el rostro de la siniestra señora (como dando a entender que siempre les perseguirá), en un gamberra insinuación de nueva secuela. Han pasado los años y se supone que los productores tuvieron suficiente sesera como para dar carpetazo al asunto. Aunque nunca se sabe.
Por su parte, tanto Mc.Crory (la escéptica, fría y estricta Jean Hogg), como Irvine (el piloto caído en desgracia y degradado Harry Burnstow), serán fundamentales en el sostenimiento de la columna vertebral narrativa, como dos contrafuertes que mantendrán la tensión emocional, tirando de lados opuestos en la experiencia de Eve y de los niños.
El mayor número de figuras dramáticas confiere a esta segunda parte una oportunidad para augmentar la marcha del ritmo. Y a pesar de que la urdimbre cuenta con una explicación más extensa de los infortunios que residen tras la reaparición del fantasma que llega a cebarse con algunos de los críos, no consigue terminar de desarrollar de forma plena y satisfactoria a cada uno de los que, en el careo con la amenazante presencia, se ven obligados al tiempo a enfrentarse con sus propios traumas. Será la superación de este conflicto consigo mismos, lo que determinará su salvación o redención.
La cámara de George Steel vive un poco de rentas del legado de Tim Maurice-Jones. Pero sin llegar al nivel de excelencia conseguido por éste, consigue mantener la atmósfera tétrica, y se adapta a las exigencias del rodaje, en el que tenemos varias secuencias de mayor e intensa acción. La forma de tratar los colores y las texturas no es tan pulida como la iluminación (aunque algunas tomas están sobrecargadas de tal nivel de oscuridad que enturbia la adecuada percepción del código visual), y quizás la película habría ganado sobremanera si hubiera sido rodada en blanco y negro.
La música de la trinidad Marco Beltrami, Brandon Roberts y Marcus Trumpp aboca un tono mucho más épico y lírico, trasladando por momentos el carácter estremecedor de la partitura a un campo más dramático, sin llegar a amputar los manidos preceptos de los efectos de sonido que se deben cumplir en una película de terror.
Con todo este esfuerzo para poder exprimir la patente de «The Woman in Black», para no quedarse en la ya cerrada y agotada fórmula explotada de la novela original de Susan Hill, la aeronave pilotada por Tim Harper sortea las turbulencias y se libra de un aterrizaje forzoso gracias al oficio del departamento técnico, y el buen hacer de los actores, que dan todo de sí, incluso más de lo que el ranciamente trabajado argumento les pudiera permitir.
Visto de forma más detenida, «The Woman in Black 2:The Angel of Death» es una película que profundiza mucho más en los aspectos psíquicos, emocionales de las personas, y la presencia de lo fantástico o paranormal se diluye en la metafora que refleja un cúmulo de pasiones ocultas, y de complejos que describen el trágico mundo interno de un colectivo que tuvo que soportar las miserias de una guerra, y sobrellevar sobre sus espaldas las catastróficas cicatrices que ésta dejó en sus vidas.
En el último plano de la foto familiar de Eve (que acaba adoptando a Edward por del estrecho vínculo que se ha formado entre ambos, de modo que él encuentra una nueva madre, y ella a un nuevo hijo), vemos aparecer por última vez el rostro de la siniestra señora (como dando a entender que siempre les perseguirá), en un gamberra insinuación de nueva secuela. Han pasado los años y se supone que los productores tuvieron suficiente sesera como para dar carpetazo al asunto. Aunque nunca se sabe.