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Terror
Una compañía de internet decide retransmitir en directo cómo un grupo de gente se adentra en el manicomio de Gonjiam. Para atraer a más espectadores, el espectáculo juega con los participantes, pero todo se complica cuando surge la posibilidad de que haya almas en pena acechando en las sombras. (FILMAFFINITY)
28 de agosto de 2022
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sólo comparando la cifra del presupuesto (la nada despreciable cifra de dos millones y cuarto de dólares), con la de una recaudación que lo multiplica por diez, podemos entender que Won-kuk Kim, el productor de Gonjiam: Haunted Asylum (2018), estuviese buscando unas castañuelas para celebrar lo que, por lo menos, es indiscutible éxito comercial de una pieza de horror coreano, dirigida por Jeon-Beom sik, quien ya contaba en su currículo con sendas del género: “Horror Stories” (2012), y “Epitaph” (2007), ambas también de factura de su nacionalidad.
A mediados de la década de los 90, el Hospital Gonjiam, que más tarde fue calificado como uno de los 7 lugares más escalofriantes del Planeta (en lo que refiere a posibles o supuestos fenómenos paranormales), tuvo que ser abandonado por lo que parece la incapacidad de su propietario, que huyó a los Estados Unidos, de salvar la institución de las continuas dificultades administrativas y financieras en las que se hallaba. Parece ser, pues, que con el tiempo, y alimentado por las leyendas y rumores de los lugareños, el sitio fuera atrayendo, poco a poco, innumerables visitas de curiosos y fans de lo fantasmagórico; y hasta incluso, por el caso que nos ocupa, se convirtió en el centro de atención de una productora que elaboró una película que, sin duda, ayudará a que Gonjiam se perpetue en la imagenería de las famosas ubicaciones encantadas, por ende centros de peregrinaje y culto de los creyentes (o fisgones) en estos menesteres: un viento a favor que tenían las velas del proyecto del equipo de producción, es toda la leyenda sobre posibles torturas, asesinatos y misteriosas muertes de pacientes y miembros del personal, que propiciarían el abandono del psiquiátrico y su posterior mitificación como edificio maldito.
Estamos ante un diseño de producción muy bien meditado y planificado, pues el triunfo (no sólo pecuniario) de este filme, no fue sólo debido a las gracias de la Warner Bross, que se afanó en postularse como su distribuidora; tenemos ahí un sustrato de imaginario avalado ni más ni menos que por el “rank” de la CNN, que se mantenía también fresco gracias a la reciente predecesora “Grave Encounters” (2011), de cuyo formato seguramente también se tomó cuidada y debida nota: un equipo de personas reclutadas por un canal de televisión (en el caso de “Gonjiam”, Youtube), y encargadas de adentrarse en las fauces del siniestro sanatorio para hallar evidencias de actividad sobrenatural, para poder conseguir una lucrativa cuota de mirones.
Esta será la base del la estructura temática de la historia, con la que se fortalecen todos los procesos identificativos del “público diana” al cual irá dirigido, sin lugar a dudas, el producto final: la retransmisión en directo de los acontecimientos descritos en la pantalla, es una forma de introducir al espectador a una especie de vivencia en primera persona, como si fuera “uno más” de la cuadrilla de insensatos que se dirigen al encuentro de su perdición. Y este “life-broadcast” es el medium que cumple con las funciones de narrador de unos sucesos que se nos presentan al estilo de un “reality show”; un conducto directo a la diégesis de la película.
Y, por si no fuera poco, a diferencia de otras piezas que los iluminados incluirían en esta sub-etiqueta del llamado “found footage” (documental o vídeo encontrado), en las que exclusivamente casi se cuenta con la perspectiva del miembro del equipo de turno, encargado de la cámara, Yoon Byung-Ho, al mando de la fotografía, soluciona los posibles problemas narrativos y estéticos que supone este único ojo, armando a los expedicionarios con equipos audiovisuales completos; cámaras GoPro, por ejemplo, drones, y otra clase de múltiples artilugios “a la última”, que permiten que la audiencia pueda encontrarse no sólo desde el punto de vista propio de todos y cada uno de los personajes, sinó también desde una óptica externa a ellos. Así, entre otras cosas, ya no se da la polémica del porqué un personaje sigue grabando ante un inminente peligro, las veces dejando que uno o varios de sus compañeros se tengan que sacar las castañas del fuego, en vez de ayudarles o, simplemente, echar a correr dejando la cámara de marras sin importar si ésta graba o no.
Otro aspecto fundamental sobre el que se sustenta el guion creado por el propio director, en colaboración con Park Sang-min, y al que contribuyen varios factores descritos anteriormente, es el cariz de “verismo” con el que se pretende vestir todo. Para ello, por ejemplo, los nombres de los personajes se hacen coincidir en casi todos los casos con los propios de los actores que los interpretan. Como si ya no estuviésemos hablando de una ficción, o incluso de una recreación documental, sino de la crónica de unos hechos reales retransmitidos en directo: como si buscando el canal de la plataforma audiovisual del señor que orquesta todo, fuésemos a encontrar su reportaje en vivo. El objetivo que comparten otras producciones parejas: de que lo acaecido es (o fue) real.
Un dato interesante, y sobre el que el desarrollo argumental se trenza entre dos subtramas, es el debate sobre hasta qué punto un reportaje de estas características (que por ejemplo podríamos encontrar en programas como el famoso “Cuarto Milenio”) presenta hechos y datos que son verídicos, o estamos hablando de productos manipulados. En este sentido, vemos como se descubre la intención consumada del jefe de la cuadrilla (que en la “base de retaguardia” ha instalado su cuartel de producción), de manipular intencionadamente el entorno con trucos para colar como cierto lo que tomen las cámaras y equipos de audio. Para ello cuenta con la complicidad de uno de los infiltrados en el asilo.
Cabe decir (¿moraleja?) que la cosa se le va a girar en contra cuando todo se desmadre. ¿En verdad tenemos ahí un punto socarrón de denuncia, por parte de Jeon-Beom sik, de cómo se maneja todo el cotarro del mundo de la información audiovisual? ¿Un atisbo de crítica social?
A mediados de la década de los 90, el Hospital Gonjiam, que más tarde fue calificado como uno de los 7 lugares más escalofriantes del Planeta (en lo que refiere a posibles o supuestos fenómenos paranormales), tuvo que ser abandonado por lo que parece la incapacidad de su propietario, que huyó a los Estados Unidos, de salvar la institución de las continuas dificultades administrativas y financieras en las que se hallaba. Parece ser, pues, que con el tiempo, y alimentado por las leyendas y rumores de los lugareños, el sitio fuera atrayendo, poco a poco, innumerables visitas de curiosos y fans de lo fantasmagórico; y hasta incluso, por el caso que nos ocupa, se convirtió en el centro de atención de una productora que elaboró una película que, sin duda, ayudará a que Gonjiam se perpetue en la imagenería de las famosas ubicaciones encantadas, por ende centros de peregrinaje y culto de los creyentes (o fisgones) en estos menesteres: un viento a favor que tenían las velas del proyecto del equipo de producción, es toda la leyenda sobre posibles torturas, asesinatos y misteriosas muertes de pacientes y miembros del personal, que propiciarían el abandono del psiquiátrico y su posterior mitificación como edificio maldito.
Estamos ante un diseño de producción muy bien meditado y planificado, pues el triunfo (no sólo pecuniario) de este filme, no fue sólo debido a las gracias de la Warner Bross, que se afanó en postularse como su distribuidora; tenemos ahí un sustrato de imaginario avalado ni más ni menos que por el “rank” de la CNN, que se mantenía también fresco gracias a la reciente predecesora “Grave Encounters” (2011), de cuyo formato seguramente también se tomó cuidada y debida nota: un equipo de personas reclutadas por un canal de televisión (en el caso de “Gonjiam”, Youtube), y encargadas de adentrarse en las fauces del siniestro sanatorio para hallar evidencias de actividad sobrenatural, para poder conseguir una lucrativa cuota de mirones.
Esta será la base del la estructura temática de la historia, con la que se fortalecen todos los procesos identificativos del “público diana” al cual irá dirigido, sin lugar a dudas, el producto final: la retransmisión en directo de los acontecimientos descritos en la pantalla, es una forma de introducir al espectador a una especie de vivencia en primera persona, como si fuera “uno más” de la cuadrilla de insensatos que se dirigen al encuentro de su perdición. Y este “life-broadcast” es el medium que cumple con las funciones de narrador de unos sucesos que se nos presentan al estilo de un “reality show”; un conducto directo a la diégesis de la película.
Y, por si no fuera poco, a diferencia de otras piezas que los iluminados incluirían en esta sub-etiqueta del llamado “found footage” (documental o vídeo encontrado), en las que exclusivamente casi se cuenta con la perspectiva del miembro del equipo de turno, encargado de la cámara, Yoon Byung-Ho, al mando de la fotografía, soluciona los posibles problemas narrativos y estéticos que supone este único ojo, armando a los expedicionarios con equipos audiovisuales completos; cámaras GoPro, por ejemplo, drones, y otra clase de múltiples artilugios “a la última”, que permiten que la audiencia pueda encontrarse no sólo desde el punto de vista propio de todos y cada uno de los personajes, sinó también desde una óptica externa a ellos. Así, entre otras cosas, ya no se da la polémica del porqué un personaje sigue grabando ante un inminente peligro, las veces dejando que uno o varios de sus compañeros se tengan que sacar las castañas del fuego, en vez de ayudarles o, simplemente, echar a correr dejando la cámara de marras sin importar si ésta graba o no.
Otro aspecto fundamental sobre el que se sustenta el guion creado por el propio director, en colaboración con Park Sang-min, y al que contribuyen varios factores descritos anteriormente, es el cariz de “verismo” con el que se pretende vestir todo. Para ello, por ejemplo, los nombres de los personajes se hacen coincidir en casi todos los casos con los propios de los actores que los interpretan. Como si ya no estuviésemos hablando de una ficción, o incluso de una recreación documental, sino de la crónica de unos hechos reales retransmitidos en directo: como si buscando el canal de la plataforma audiovisual del señor que orquesta todo, fuésemos a encontrar su reportaje en vivo. El objetivo que comparten otras producciones parejas: de que lo acaecido es (o fue) real.
Un dato interesante, y sobre el que el desarrollo argumental se trenza entre dos subtramas, es el debate sobre hasta qué punto un reportaje de estas características (que por ejemplo podríamos encontrar en programas como el famoso “Cuarto Milenio”) presenta hechos y datos que son verídicos, o estamos hablando de productos manipulados. En este sentido, vemos como se descubre la intención consumada del jefe de la cuadrilla (que en la “base de retaguardia” ha instalado su cuartel de producción), de manipular intencionadamente el entorno con trucos para colar como cierto lo que tomen las cámaras y equipos de audio. Para ello cuenta con la complicidad de uno de los infiltrados en el asilo.
Cabe decir (¿moraleja?) que la cosa se le va a girar en contra cuando todo se desmadre. ¿En verdad tenemos ahí un punto socarrón de denuncia, por parte de Jeon-Beom sik, de cómo se maneja todo el cotarro del mundo de la información audiovisual? ¿Un atisbo de crítica social?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Obviamente ello supondría tirarse piedras al propio tejado. Por lo que el remache en la frenética y alocada resolución final, no falta de confusión y ajetreo “marea perdices”, deja bien claro que, aún y haber “fakes” y “charlatanes”, se da por sentado que los fenómenos narrados en su película pueden ser, mejor dicho, fueron verdad objetiva, empírica… indiscutible.
Si en otras películas todo el montaje viene por encargo de un canal de televisión, en este caso estamos hablando de un pájaro (Ha-joon), que pretende hacer el agosto a las costillas de una plataforma digital de interné: el mundo de los “youtubers”, los “influencers”… La pista de que el “target” de audiencia de “Gonjiam: Haunted Asylum” es ni más ni menos que la franja de los adultos jóvenes y los adolescentes, sin perjuicio de arrastrar a varias porciones de otros estratos de edad. Película para “teens”, interpretada por “teens”. Idea que vendría reforzada por los análisis por edades sobre el grado de aceptación en varias páginas web, en las que podemos apreciar que alrededor de los 18 años (menos que más), las calificaciones medias son significativamente más altas que en edades superiores.
Este público diana puede verse retratado (no sin reducciones tópicas) en las características del equipo que protagoniza la incursión al asilo; más concretamente sobre las características sociológicas de la población joven doméstica (aka, Coreana). Una sociedad que se ha dejado, en general, prender por el consumismo, el individualismo, el materialismo, las modas… la silueta de personajes que nadan en la superficialidad. Notorio es el que el tratamiento de los personajes vaya en esta línea: con unos perfiles de personalidad muy básicos, simples, prácticamente de manual; lo mínimo para identificar a cada uno en el lento proceso de crescendo al que avanza la trama, hasta la devastadora descarga de sustos, chillidos, y algo de gore discreto hacia el final. Aun así, el planteamiento no pretende dar ninguna importancia a la profundidad dramática de los protagonistas, pues la clarividente imagen de un carro de borregos que van al matadero, es bastante reveladora de para qué están los personajes ahí.
Ello podría justificar la falta de fondo que se puede sacar de las vidas, aspiraciones, sentimientos y demás aspectos personales de los siete desdichados. Por otra parte, ello también hace razonables las críticas a un guión que se regodea demasiado en una presentación o introducción que no aporta nada al desarrollo argumental.
A parte de lo que ya hemos comentado sobre la dirección de fotografía, que además en el montaje contribuye sobremanera a la eficacia relativa del “accelerando” final, la construcción del set está muy bién lograda, pues debido a que el Gobierno Coreano no permitió el rodaje en las inmediaciones del locus original, se tuvo que reconstruir (y, todo sea dicho, con muy buen acierto) el entorno del que representa el escenario de esta macabra representación.
Hay que lamentar la práctica total ausencia de una banda sonora extra diegética, cuya presencia, por otra parte, habría sido totalmente divergente a las intenciones narrativas. Y con ello hay que reconocer que, prescindiendo de este recurso, la ambientación espacial, lumínica, los efectos especiales, tanto digitales como analógicos…toda la escenografia en general, crea una atmósfera realmente sobrecogedora.
En resumen, una cinta con una estupenda realización técnica, hábil como producto comercial cinematográfico, que introduce algo de innovación en el formato del “documental encontrado” o “falso documental”, pero que no convence demasiado por la falta de enjundia en lo que se refiere al contenido. Como estos coches de moda ahora, tipo “juke”, muy atractivos por fuera, pero con poco espacio por dentro.
Por desgracia, y por mucho que los incondicionales le hayan dedicado varios altares, la “marca” Corea no suple en absoluto la falta de imaginación y de chispa que exige el cine de terror.
Si en otras películas todo el montaje viene por encargo de un canal de televisión, en este caso estamos hablando de un pájaro (Ha-joon), que pretende hacer el agosto a las costillas de una plataforma digital de interné: el mundo de los “youtubers”, los “influencers”… La pista de que el “target” de audiencia de “Gonjiam: Haunted Asylum” es ni más ni menos que la franja de los adultos jóvenes y los adolescentes, sin perjuicio de arrastrar a varias porciones de otros estratos de edad. Película para “teens”, interpretada por “teens”. Idea que vendría reforzada por los análisis por edades sobre el grado de aceptación en varias páginas web, en las que podemos apreciar que alrededor de los 18 años (menos que más), las calificaciones medias son significativamente más altas que en edades superiores.
Este público diana puede verse retratado (no sin reducciones tópicas) en las características del equipo que protagoniza la incursión al asilo; más concretamente sobre las características sociológicas de la población joven doméstica (aka, Coreana). Una sociedad que se ha dejado, en general, prender por el consumismo, el individualismo, el materialismo, las modas… la silueta de personajes que nadan en la superficialidad. Notorio es el que el tratamiento de los personajes vaya en esta línea: con unos perfiles de personalidad muy básicos, simples, prácticamente de manual; lo mínimo para identificar a cada uno en el lento proceso de crescendo al que avanza la trama, hasta la devastadora descarga de sustos, chillidos, y algo de gore discreto hacia el final. Aun así, el planteamiento no pretende dar ninguna importancia a la profundidad dramática de los protagonistas, pues la clarividente imagen de un carro de borregos que van al matadero, es bastante reveladora de para qué están los personajes ahí.
Ello podría justificar la falta de fondo que se puede sacar de las vidas, aspiraciones, sentimientos y demás aspectos personales de los siete desdichados. Por otra parte, ello también hace razonables las críticas a un guión que se regodea demasiado en una presentación o introducción que no aporta nada al desarrollo argumental.
A parte de lo que ya hemos comentado sobre la dirección de fotografía, que además en el montaje contribuye sobremanera a la eficacia relativa del “accelerando” final, la construcción del set está muy bién lograda, pues debido a que el Gobierno Coreano no permitió el rodaje en las inmediaciones del locus original, se tuvo que reconstruir (y, todo sea dicho, con muy buen acierto) el entorno del que representa el escenario de esta macabra representación.
Hay que lamentar la práctica total ausencia de una banda sonora extra diegética, cuya presencia, por otra parte, habría sido totalmente divergente a las intenciones narrativas. Y con ello hay que reconocer que, prescindiendo de este recurso, la ambientación espacial, lumínica, los efectos especiales, tanto digitales como analógicos…toda la escenografia en general, crea una atmósfera realmente sobrecogedora.
En resumen, una cinta con una estupenda realización técnica, hábil como producto comercial cinematográfico, que introduce algo de innovación en el formato del “documental encontrado” o “falso documental”, pero que no convence demasiado por la falta de enjundia en lo que se refiere al contenido. Como estos coches de moda ahora, tipo “juke”, muy atractivos por fuera, pero con poco espacio por dentro.
Por desgracia, y por mucho que los incondicionales le hayan dedicado varios altares, la “marca” Corea no suple en absoluto la falta de imaginación y de chispa que exige el cine de terror.