Interpretaciones como estas seguro han sido las que dieron tan alto vuelo a un actor como Gary Oldman. A veces familiar y tierno, y la mayoría de las veces atrapado en sus pasiones y sus rabias, Oldman nos conduce aquí al laberinto en el que la personalidad de un hooligan se pierde. Sin ser una gran película, ver al joven Oldman en facha de iracundo fanático nos hace creer que incluso así debe ser Gary en casa. Es un nivel que logra echarse la película al hombro.
Tal vez lo más interesante de este filme es que invoca una fuerza que en otros países apenas descubrimos recientemente: la de las barras bravas y sus violencias. De hecho, he visto The Firm gracias a un joven amigo que indagaba acerca del cine y el barrismo y que me habló de Oldman en uno de sus hallazgos. Creo que ahí está el fragmento de una historia que nos ayuda a esclarecer lo que ocurría y persiste tras los estadios de fútbol.