Todos los años se cuela en los Oscars esa película independiente de la que se empiezan a hablar maravillas. Y siempre suelen ser un soplo de aire fresco entre tanta súper producción ostentosa. Por poner algunos ejemplos, lo fue Juno, Little Miss Sunshine, Whiplash y Moonlight. Todas entregaban un punto de vista nuevo, con actuaciones sólidas y guiones destacados.
Esperaba ver algo similar en Lady Bird. Y no lo he visto. Es la historia de una adolescente que vive en California, estudia en una escuela católica y sueña ser aceptada por una universidad de la Costa Este para vivir lejos de sus padres. Conocemos su entorno, sus decepciones amorosas y la película nos develará qué pasa con su sueño. Pero sus 94 minutos de duración transcurren en una medianía que no despega.
Tampoco me ha llegado el drama de “Vivo en ciudad horrenda de California donde nunca pasa nada y mi madre está obsesionada con que no le alcanza el dinero para tener una vida como las de los demás”. Se me hizo un poco superficial. Vivo en Latinoamérica en un lugar donde esos dramas del primer mundo quizá suenan demasiado livianos.
Quizá la película haya llegado demasiado lejos por tener de directora a una mujer. Y en esta era post Weinstein apoyar la película era una decisión correcta. No lo sé. A mí no me importa si una película la dirige un hombre, una mujer, o un alienígena. Quiero sentarme por un tiempo y que alguno de mis sentimientos se mueva y disfrute. Aquí no ha pasado. Lady Bird no ha volado muy alto para mí.