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Voto de Bloomsday:
7
7,4
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Drama
Takeo, una mujer caprichosa de la alta sociedad de Tokio, se aburre con su marido, un hombre tranquilo, que se ha educado en el campo, aunque ahora es ejecutivo de una empresa. (FILMAFFINITY)
23 de diciembre de 2009
16 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ya aquí se nos arrodilla Chachujiro, como ofreciéndonos cine en formato letanía. No por lento (que para muchos también), sino por su recogimiento meditabundo. Surgen primeros planos que sujetan a los actores como efigies ubicadas en mitad de un flujo temporal de blanco y negro. Las caras, cansadas, hablan de la vida descalzándose en el genkan, en planos en que las estalagmitas de Ozu tienen la fuerza de las estalactitas de Orson Welles.
Las cosas suceden con una musiquilla de como si nada, y si quieren ustedes, a mano derecha, pueden fijarse en esas mujeres japonesas de posguerra mundial, con su modernidad carente de aspavientos pero terca, opuesta a la conformidad de matrimonio impuesto y convencional. Podemos ver también un matrimonio en crisis, que enfrenta lo sencillo, pueden decir tradicional si quieren harina de debate, a las frivolidades burguesas de nuevo cuño occidental.
A la izquierda observamos las consabidas transiciones de planos cotidianos que nos sitúan en escenas —un edificio, una estación vacía, un tren, la cola de un avión—, nostalgia postal de cámara estática que a veces, no obstante y en momentos de máxima intimidad, se mueve sola, corrigiendo. Sola, nada indica que la mueva Ozu.
Una posguerra de cambios sociales. Siglo XX en Japón. Personas y familias. Fideos y sake.
Y cómo aguanta la imagen ese avión que se va entre nubes apenas salpicadas. Y cómo retrata Ozu esa casa vacía, de variopinta decoración, con su cañería de silencio sólido en el pasillo atravesada.
Las cosas suceden con una musiquilla de como si nada, y si quieren ustedes, a mano derecha, pueden fijarse en esas mujeres japonesas de posguerra mundial, con su modernidad carente de aspavientos pero terca, opuesta a la conformidad de matrimonio impuesto y convencional. Podemos ver también un matrimonio en crisis, que enfrenta lo sencillo, pueden decir tradicional si quieren harina de debate, a las frivolidades burguesas de nuevo cuño occidental.
A la izquierda observamos las consabidas transiciones de planos cotidianos que nos sitúan en escenas —un edificio, una estación vacía, un tren, la cola de un avión—, nostalgia postal de cámara estática que a veces, no obstante y en momentos de máxima intimidad, se mueve sola, corrigiendo. Sola, nada indica que la mueva Ozu.
Una posguerra de cambios sociales. Siglo XX en Japón. Personas y familias. Fideos y sake.
Y cómo aguanta la imagen ese avión que se va entre nubes apenas salpicadas. Y cómo retrata Ozu esa casa vacía, de variopinta decoración, con su cañería de silencio sólido en el pasillo atravesada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Al final corren los novios, eternos. Y la cámara, de nuevo, corrige posición sin que nadie ordene tal cosa. Pero lo hace de forma humilde, sin ansias de reconocimiento. Sin disputarle mérito al director.