He salido desangelado del cine, pero no por la película, sino por la pobre Jasmine. La pobre se tiene que conformar con ser la hija del sultán, abundar en dinero y casarse con un príncipe (eso sí, de su elección), mientras el resto de la sociedad la esclaviza. Hablamos especialmente de Aladdin, un pícaro al cual, por el contrario, se le ha dado todo en la vida: la muerte de sus padres (¿quién quiere unos padres teniendo un mono? ¡como nos partimos en la peli!), la cual le condena a mendigar y robar. Pero el muy pillo desgraciado no se conforma con esto, e intenta transmitir su maldad tratando de esclavizar a Jasmine a través de su bondad y encanto. Es tan rematadamente maligno que decide conceder su último deseo a su mago. Es por esto que Jasmine se ve obligada a cantar no una, sino dos canciones pidiendo justicia y libertad para con su persona. Menos mal que al final de la película consigue uno de su propósito y se convierte en sultana. Esto le permite por fin conseguir uno de sus anhelado sueños como es el de deberse para y por su pueblo. Y lo consigue gracias a un altruista decreto-ley que le permite casarse con quien le de la santa gana que es lo que la peble quiere por encima de una migaja de pan.
Disney lo sigue haciendo.