Tras ver la primera temporada/parte de esta serie de AMC, que me dejó un buen sabor de boca, empecé esta segunda temporada (como historias independientes), y he de decir, que en un inicio me llegó a sorprender incluso más que la primera.

Los detalles históricos de los primeros episodios y su buena realización destacan en una producción que nos cuenta lo que sucedió a la población japonesa residente en los EEUU, cuando el Japón Imperial decidió entrar de lleno en la Segunda Guerra Mundial, bombardeando Pearl Harbor.

Un episodio de la historia que personalmente desconocía, y que muestra la crudeza con la que se sometió a campos de concentración a una población, que en gran parte ya era norteamericana por nacimiento, atendiendo a una simple cuestión de raza. Quizás este es el principal "Terror", la constante deshumanización del otro, y la aplicación de políticas de guerra que en poco se diferenciaban de lo que hacían los nazis en la Europa continental.

En este contexto histórico, se desarrolla una historia paralela que nos sumerge en las ritos espirituales del extremo oriente, sus miedos y supersticiones, logrando una historia que en principio engancha, pero que a medida que se acerca al ecuador de la temporada empieza a dar signos de desbarre. Aquí es donde se pierde, dejando de lado la interesantísima y cruda realidad que describe, con personajes ricos en detalles, para terminar encomendándose a una línea argumental cercana a un film de serie b, donde todo gira en torno a las obsesiones del yūrei o fantasma, y que además, termina mezclando con ritos de carácter católico o espiritista, olvidándose de la historia en conjunto.

En definitiva, nos encontramos con una interesante premisa, con una buena factura técnica, pero que al igual que Yuko, está condenada a vagar sin rumbo por la eternidad de los catálogos de series en streaming.