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Voto de Cinematic:
7
![](https://filmaffinity.com/images/myratings/7.png)
6,0
1.666
Comedia
Jerome Platz (Max Minghella), un joven artista de gran talento, se escapa del instituto para ir a una modesta escuela de arte de la Costa Este. Allí sueña con llegar a ser como Picasso, el artista más importante del mundo. Pero, por desgracia, la belleza y el valor artístico de los retratos de Jerome no son debidamente apreciados. (FILMAFFINITY)
28 de mayo de 2009
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Terry Zwigoff incide en la crítica al mundo del arte que ya bosquejó en Ghost World, adaptando de nuevo un cómic de Daniel Clowes, que es un estupendo y ácido retrato de todo lo que gira alrededor de una escuela de arte. La película mantiene ese retrato, pero centrándose más en la frustración del verdadero artista y en su esfuerzo no reconocido. Las ilusiones que Jerome, un joven estudiante con potencial artístico orientado a la pintura, deposita en una escuela de arte, caerán en saco roto al comprobar la clase de personas que por ahí pululan: un mar de modernos, gafapastas y pedantes de todo tipo.
Las escenas de las clases impartidas por John Malkovich resultan especialmente reveladoras. Puede verse un trozo de goma pegado en un cartón y defendido por su autor con palabrería vacía. No hay inquietudes plasmadas, todo es falso. Por eso conmueve la escena en la que Audrey, el amor platónico de Jerome, busca entre la basura de un contenedor un resquicio de autenticidad, de lo que debieron buscar el resto de estudiantes: el retrato que le hizo Jerome. La presencia de este amor platónico es necesaria para empatizar con el protagonista y evitar la sensación de monotematismo, así como la incursión de un estrangulador que redondea el mensaje final del film (explicado en el cuarto párrafo). Lo digo por comentarios que he leído en los que se decía que no venía a cuento.
Las escenas de las clases impartidas por John Malkovich resultan especialmente reveladoras. Puede verse un trozo de goma pegado en un cartón y defendido por su autor con palabrería vacía. No hay inquietudes plasmadas, todo es falso. Por eso conmueve la escena en la que Audrey, el amor platónico de Jerome, busca entre la basura de un contenedor un resquicio de autenticidad, de lo que debieron buscar el resto de estudiantes: el retrato que le hizo Jerome. La presencia de este amor platónico es necesaria para empatizar con el protagonista y evitar la sensación de monotematismo, así como la incursión de un estrangulador que redondea el mensaje final del film (explicado en el cuarto párrafo). Lo digo por comentarios que he leído en los que se decía que no venía a cuento.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La película también explora un fenómeno muy presente en casi cualquier sitio: la aleatoriedad de la opinión. Una voz se planta y dice que esta obra es esplendorosa, un cuantioso rebaño le sigue y surgen adeptos de la nada. Otra voz surge, pero no de la necesidad de exponer su opinión sin ataduras, sino de la de hacerse notar. Criticará esa obra por el mero gusto de ir a contracorriente, lo que le acabará reportando un ansiado bienestar social (y una falsa imagen de reivindicador de lo underground). Luego descubres que él mismo había lanzado piropos de la obra en un principio.
Esa hipocresía también se extiende a la consideración que se le tiene al artista. Tal y como se sugiere en el film, la aparición de un boom sensacionalista que incrementa su popularidad da pie a que la opinión pública cambie radicalmente. La situación llega a ser paradójica; tras haberlo intentado todo de los modos más legítimos posibles, es de la forma más delirante y casual que los que antes le ninguneaban ahora se adjudiquen el mérito de conocerle, dándole palmaditas en la espalda y sonriéndole para que firme contratos millonarios. En medio de esta absurda marejada de mercantilismo, donde las motivaciones y propósitos más banales y ególatras salen a relucir, se pierde de vista lo más importante: la obra, aquello de lo que nunca llega a hablarse realmente.
El panorama que muestra Zwigoff es desolador. El mundo del arte está lleno de estúpidos que nada saben sobre él. Las escuelas de arte no sirven para nada. No importa lo buena que sea tu obra, ni lo mucho que te hayas esforzado en ella, sólo el saber venderte, a cualquier precio. Pero Art School Confidential es, ante todo, una feroz crítica a esos artistas de pose que se aprovechan de la relatividad en el arte para introducir un bestial “todo vale”, con intención de suplir sus flagrantes carencias creativas. Y triunfan, dejando al verdadero talentoso en la sombra y el olvido.
Esa hipocresía también se extiende a la consideración que se le tiene al artista. Tal y como se sugiere en el film, la aparición de un boom sensacionalista que incrementa su popularidad da pie a que la opinión pública cambie radicalmente. La situación llega a ser paradójica; tras haberlo intentado todo de los modos más legítimos posibles, es de la forma más delirante y casual que los que antes le ninguneaban ahora se adjudiquen el mérito de conocerle, dándole palmaditas en la espalda y sonriéndole para que firme contratos millonarios. En medio de esta absurda marejada de mercantilismo, donde las motivaciones y propósitos más banales y ególatras salen a relucir, se pierde de vista lo más importante: la obra, aquello de lo que nunca llega a hablarse realmente.
El panorama que muestra Zwigoff es desolador. El mundo del arte está lleno de estúpidos que nada saben sobre él. Las escuelas de arte no sirven para nada. No importa lo buena que sea tu obra, ni lo mucho que te hayas esforzado en ella, sólo el saber venderte, a cualquier precio. Pero Art School Confidential es, ante todo, una feroz crítica a esos artistas de pose que se aprovechan de la relatividad en el arte para introducir un bestial “todo vale”, con intención de suplir sus flagrantes carencias creativas. Y triunfan, dejando al verdadero talentoso en la sombra y el olvido.