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Voto de Don Hantonio Manué:
9
Drama Tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918), Paul Renard, un joven francés, vive obsesionado por el recuerdo de Walter Holderlin, un soldado alemán al que mató. Después de leer y firmar la última carta de Walter, va a Alemania para hablar con su familia y pedirle perdón. Sin embargo, cuando la localiza y va a hablar con ellos, algo inesperado sucede. (FILMAFFINITY)
17 de enero de 2024
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Debió de ser "Remordimiento" incómoda para la época (1932), un melodrama de más que claro posicionamiento antibélico con el que Lubitsch se aleja de la comedia para mostrar la crueldad y el absurdo de una guerra devastadora cuyos efectos aún eran recientes, que tras la patria y la bandera solamente había traído muerte y pérdidas irreparables, familias destrozadas y sociedades heridas por el odio. Examen del sentimiento de culpa de un soldado que ha matado a un completo desconocido, tan sólo otro joven igual que él, y a quien no le sirve la expiación que le ofrece la iglesia, aliada con el estado para justificar los crímenes cometidos. Un alma sensible que busca la salvación y un perdón tan difícil de pedir como de ofrecer, que se verá enredada en una situación imprevista cuando decide conocer a la familia del difunto, aún en proceso de duelo y con una ausencia aún muy presente.

La culpa, sin embargo, no es sólo de él, sino de todo un pueblo; frente a un patriotismo hipócrita, al descargar responsabilidades en otros, un auténtico humanitarismo sin diferencias nacionales, son las víctimas quienes enviaron a sus propios hijos al matadero. Alemania (una Alemania hollywoodiense, angloparlante y de sets discretos, como es lógico, por otra parte) está hecha una ruina y se recupera lentamente, cunde el miedo al extranjero, en concreto hacia el vencedor francés, y aquí es donde entra el “malo” de la película, que de algún modo es un precursor del nazismo; un miserable que, para obtener sus fines, juega con el resentimiento y la paranoia de sus compatriotas.

Se hace necesaria pues una mentira piadosa que pueda sostener los vínculos y reparar las heridas, el triunfo de lo humano para superar un pasado traumático y seguir adelante; es una auténtica lección de historia sobre la reconciliación de los pueblos, pero reducida a escala familiar, que por desgracia, el propio devenir histórico de los años 30 desmentiría fatalmente.

Si bien no me convencen mucho las actuaciones, exageradas, lo demás es colosal. El toque visual del germano, con la agudeza que lo caracteriza, se despliega esta vez al servicio del drama, en unas imágenes iniciales (un discurso sobre la paz con todo el mundo armado hasta los dientes) semejantes a gags cargados de ironía, o bien en una secuencia que muestra los cotilleos vecinales que se propagan. Pues sigue habiendo toques cómicos, cotidianos (las dos señoras en el cementerio)… en detalles tan sencillos como una silla, elocuentemente vacía a la hora de la comida, o el simple plano de una mano, tan bressoniano en su concepción. O esa habitación del hijo vacía, cubierta de sombras cual cámara mortuoria. El retrato de éste, el violín, el vestido. Imágenes, sonidos fantasmales, que vuelven para atormentar a los vivos. Movimientos de cámara, encuadres, todo muy ajustado, condensado al máximo, hasta llegar a un desenlace de gran fuerza emocional, con la música como protagonista (de los lúgubres tonos iniciales de la tercera de Beethoven a la ingenuidad schumannesca), que podría haber caído en lo edulcorado si no fuera por lo enormemente significativo de la escena.
Don Hantonio Manué
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