La historia ha sido contada cientos de veces: alienígenas, estaciones espaciales, conflictos étnicos, luchas desiguales para salvar el mundo, naves super-tecnológicas…
Realmente si la analizas en profundidad no hay nada auténticamente original en la serie… ¡Ni falta que le hace!
Lo importante de esta historia no es lo que cuenta sino cómo lo cuenta, su estructura. Podríamos decir que es “como la vida misma”, una vida futurista pero una vida real y palpable. Una vida creíble.
He leído en varias ocasiones, y creo que lo comparto, que Star Trek es el futuro que querríamos tener y que B5 es el futuro que en realidad tendremos.

La primera temporada no es brillante, sino simplemente eficaz. Cuenta una historia aparentemente simple en la que parece una serie más de aventuras espaciales: capítulos y capítulos por los que desfilan personajes de lo más variopinto, situaciones entretenidas, que hacen pensar, que disgustan... Lo normal en una serie de ciencia-ficción.
Hay que superar la traba inicial de unos decorados que rozan la Serie B, un diseño de vestuario lamentable, unos alienígenas ridículos y unos efectos especiales correctos pero mínimos.

Entonces llega la segunda temporada y la memoria del espectador es puesta a prueba: resurgen personajes y tramas, los protagonistas tienen un pasado que les marca y les persigue, cargan con sus culpas y con sus logros.
La cosa se ha puesto interesante, ya no son historias casuales, empieza a verse una estructura detrás de todo.

La tercera temporada es el nudo argumental y dramático donde la historia revela su trama central, cuando el espectador fiel está seguro de saberlo todo un nuevo giro demuestra que esta serie como la vida misma, da muchas vueltas.

Pero quizá lo mejor de Babylon 5 sea la última temporada en la que te cuentan qué sucede después de la gran batalla, de la gran victoria o la gran derrota, cuanto te enseñan lo que nunca hace el cine: lo que hay después de un final feliz.

K-Y