Los fuegos artificiales no matan pero hacen ruido. A Fe de Etarras le pasa algo parecido, sobre todo viniendo de Netflix, donde son expertos en ruido y en artificio pero no en efectividad.

La película, Cobeaga mediante, navega entre un humor que recurre a los historicismos de manera muy naife para intentar alcanzar cuatro bromas contadas que esbozaran medias sonrisas en la cara del espectador. A veces cuesta creer cómo Javier Cámara se presta a estas sandeces, aunque si uno entiende que también le toca estar en Narcos, las matemáticas financieras empiezan a encajar.

La premisa inicial, a priori desternillante entre dos cachorros de la Borroka, un albaceteño anarquista y un riojano converso, podía ser más divertida en toques berlanguianos pero en la propuesta de Cobeaga se deslabaza. La película pretende ser graciosa y aportar cierto trasfondo histórico pero se queda a medio camino de ambas.

No es graciosa, y no por la temática que trata. Como tampoco sirve como elemento historicista, sino que navega entre la manida vis cómica de Julián López y varios malentendidos de los que tanto gusta la comedia barata. Lo que no sé es si la producción de esta broma, publicidad aparte, ha sido barata o no. Me gustaría creer que sí, o al menos, que como mucho no fuera más cara que una chapuza hecha por Van Damme, lampistas a domicilio.