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Voto de Caith_Sith:
7
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Fantástico. Aventuras. Drama
El final ha llegado. Harry, Hermione y Ron tendrán que recuperar la espada de Gryffindor para encontrar y destruir los últimos horrocruxes. Mientras tanto, Lord Voldemort está a punto de apoderarse por completo de Hogwarts y de conseguir su objetivo: matar a Harry Potter. La única esperanza de Harry es encontrar los horrocruxes antes de que Voldemort lo encuentre a él. Buscando pistas, descubre una antigua y olvidada historia: la ... [+]
19 de julio de 2011
28 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empecemos con un hecho: Harry Potter es la franquicia cinematográfica más rentable de la Historia del Cine. Ocho entregas, varias en el Top 20 de las más taquilleras de todos los tiempos. Y ahora con una confesión: admito, con la cabeza bien alta, haber contribuido en cuatro ocasiones a que eso se hiciese realidad.
“La piedra filosofal” se estrenó en noviembre de 2001. Diez años más tarde, todo se ha acabado, con la octava entrega estrenada hace apenas cuatro días. Como preparación para ésta, decidí cometer una locura: el domingo 17 de julio a las 20:00, decidí revisionar el primer film de la saga con la intención de cerrar un ciclo (con ocho paradas) yendo al cine a disfrutar del episodio final. 48 horas después, he permanecido junto a Harry, Ron, Hermione y compañía unas veinte horas. Y aunque en general ha habido de todo, no puedo negar que he disfrutado de su magia, porque esta es una saga irregular, pero capaz de hechizar a cualquiera. Tengo mis aventuras favoritas y no sé si el Potter literario es superior al cinematográfico (pues no he leído las novelas originales) pero sé que el que está grabado a fuego en celuloide merece haber llegado a donde lo ha hecho. Porque en los últimos diez años hemos vivido al rebufo de basura en materia de fantasía y aventuras, siendo el límite del mal gusto la saga “Crepúsculo” y en Harry Potter, gracias a los cuatro directores que han decidido tomar la riendas de las adaptaciones, y por supuesto a un equipo humano extraordinario (actores, técnicos, compositores, responsables de fotografía), lo que tenemos es un legado de Cine. Unas veces mejor, otras veces peor. Pero es Cine.
¿Más confesiones? Les he cogido cariño a los personajes. Me da lástima no volver a verlos, a todos y cada uno de ellos. Los guiones de Steve Kloves han servido para perfilar muggles, sangres sucia y magos para todos los gustos. Y los responsables de las ocho películas han creado un mundo vivo con sus propias criaturas, bestiarios y códigos éticos, morales, y visuales. Una franquicia en la que tan importante es la acción como la introspección, el desarrollo de los personajes. No es todo efectismo: hay alma. La mejor de la saga, “El prisionero de Azkaban”, encuentra una réplica a la altura por fin en el díptico “Las reliquias de la muerte” que por suerte han estrenado en dos películas: así que el resultado lo tenemos en cuatro horas y media en lugar de dos y media. Los fans alzan sus varitas en señal de aceptación. Yo, sin ser fan, por un momento me creo serlo y también lo hago.
Diez años, ocho historias, decenas de personajes. Un legado, irregular, sí, pero valioso. Y después de mi diario (cuyos matices podrían cambiar con el tiempo), llega la crítica de la segunda parte de “Las reliquias de la muerte”. Mi hipotética segunda mitad mortífaga, toma el relevo.
“La piedra filosofal” se estrenó en noviembre de 2001. Diez años más tarde, todo se ha acabado, con la octava entrega estrenada hace apenas cuatro días. Como preparación para ésta, decidí cometer una locura: el domingo 17 de julio a las 20:00, decidí revisionar el primer film de la saga con la intención de cerrar un ciclo (con ocho paradas) yendo al cine a disfrutar del episodio final. 48 horas después, he permanecido junto a Harry, Ron, Hermione y compañía unas veinte horas. Y aunque en general ha habido de todo, no puedo negar que he disfrutado de su magia, porque esta es una saga irregular, pero capaz de hechizar a cualquiera. Tengo mis aventuras favoritas y no sé si el Potter literario es superior al cinematográfico (pues no he leído las novelas originales) pero sé que el que está grabado a fuego en celuloide merece haber llegado a donde lo ha hecho. Porque en los últimos diez años hemos vivido al rebufo de basura en materia de fantasía y aventuras, siendo el límite del mal gusto la saga “Crepúsculo” y en Harry Potter, gracias a los cuatro directores que han decidido tomar la riendas de las adaptaciones, y por supuesto a un equipo humano extraordinario (actores, técnicos, compositores, responsables de fotografía), lo que tenemos es un legado de Cine. Unas veces mejor, otras veces peor. Pero es Cine.
¿Más confesiones? Les he cogido cariño a los personajes. Me da lástima no volver a verlos, a todos y cada uno de ellos. Los guiones de Steve Kloves han servido para perfilar muggles, sangres sucia y magos para todos los gustos. Y los responsables de las ocho películas han creado un mundo vivo con sus propias criaturas, bestiarios y códigos éticos, morales, y visuales. Una franquicia en la que tan importante es la acción como la introspección, el desarrollo de los personajes. No es todo efectismo: hay alma. La mejor de la saga, “El prisionero de Azkaban”, encuentra una réplica a la altura por fin en el díptico “Las reliquias de la muerte” que por suerte han estrenado en dos películas: así que el resultado lo tenemos en cuatro horas y media en lugar de dos y media. Los fans alzan sus varitas en señal de aceptación. Yo, sin ser fan, por un momento me creo serlo y también lo hago.
Diez años, ocho historias, decenas de personajes. Un legado, irregular, sí, pero valioso. Y después de mi diario (cuyos matices podrían cambiar con el tiempo), llega la crítica de la segunda parte de “Las reliquias de la muerte”. Mi hipotética segunda mitad mortífaga, toma el relevo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
La anterior aventura de la saga había terminado en lo más alto, dejando varios cabos sueltos que por fin encuentran ahora explicación. El tono de peligro se mantiene: lejos quedan los tiempos muertos, la felicidad dentro de las murallas de Howarts, la inocencia de unos niños que acudían al refugio para aprender magia. Voldemort está al acecho y los ya no tan jóvenes magos están dispuestos a todo.
El arranque de “Las reliquias de la muerte II” es superlativo y marca un ritmo que rara vez decae. El problema es que aún en ese nivel hay momentos en los que la cosa sube tanto que deja lo demás en poca cosa. Sensación que delante de la pantalla de un cine no se hace tan evidente como después, pues durante sus más de dos horas el cuarto largometraje de la franquicia dirigido por David Yates no se hace notar: todo fluye con una facilidad pasmosa, no pesa ni un minuto, se pasa volando. Literalmente.
Y creo que su éxito no viene sólo por el “morbo” de ver acabar una franquicia tan importante en la historia del cine comercial moderno, sino por su propia concepción. “Las reliquias de la muerte II” no es tanto cine fantástico y de aventuras como una película bélica en la que las bayonetas han sido sustituidas por varitas. O un western, donde los revólveres escupen rayos luminosos. Hay duelos, hay muertes, los personajes sangran, se hacen daño física y psicológicamente; sufren. Aunque el mérito no es sólo de esta segunda entrega sino también de la primera, que heredaba de los últimos cuarenta minutos de “El príncipe mestizo” las tinieblas y el peligro que acechaban a unos niños que se enfrentaban a problemas adultos. Todo esto se lleva aquí a sus últimas consecuencias. ¿Momentos para el recuerdo? Numerosos, atesorados en frascos de cristal. Y el fluir de una lágrima insospechada sólo puede significar una cosa: que el viaje ha merecido la pena.
Hace diez años se iniciaba un ciclo y ahora se ha cerrado. En ese mundo rara es la excelencia, lo que más abunda es lo normal, lo cotidiano, nadie es perfecto. La saga “Harry Potter” no es excelente, tampoco es soberbia; es normal, por momentos mágica. Y ahí radica su fuerza. En que no presume de ser nada que no es aunque en el fondo, quizá de forma inconsciente, ha llegado a ser más de lo que debió haber sido: no es sólo artificio, también es Cine. Y bueno. Gracias a todos los encargados de hacer esto posible: el mejor casting de la historia de las licencias multimillonarias (no hay actor británico de renombre en los últimos diez años que no salga aunque sea como secundario) y los mejores técnicos que ha tenido el género fantástico entre 2001-2011.
El arranque de “Las reliquias de la muerte II” es superlativo y marca un ritmo que rara vez decae. El problema es que aún en ese nivel hay momentos en los que la cosa sube tanto que deja lo demás en poca cosa. Sensación que delante de la pantalla de un cine no se hace tan evidente como después, pues durante sus más de dos horas el cuarto largometraje de la franquicia dirigido por David Yates no se hace notar: todo fluye con una facilidad pasmosa, no pesa ni un minuto, se pasa volando. Literalmente.
Y creo que su éxito no viene sólo por el “morbo” de ver acabar una franquicia tan importante en la historia del cine comercial moderno, sino por su propia concepción. “Las reliquias de la muerte II” no es tanto cine fantástico y de aventuras como una película bélica en la que las bayonetas han sido sustituidas por varitas. O un western, donde los revólveres escupen rayos luminosos. Hay duelos, hay muertes, los personajes sangran, se hacen daño física y psicológicamente; sufren. Aunque el mérito no es sólo de esta segunda entrega sino también de la primera, que heredaba de los últimos cuarenta minutos de “El príncipe mestizo” las tinieblas y el peligro que acechaban a unos niños que se enfrentaban a problemas adultos. Todo esto se lleva aquí a sus últimas consecuencias. ¿Momentos para el recuerdo? Numerosos, atesorados en frascos de cristal. Y el fluir de una lágrima insospechada sólo puede significar una cosa: que el viaje ha merecido la pena.
Hace diez años se iniciaba un ciclo y ahora se ha cerrado. En ese mundo rara es la excelencia, lo que más abunda es lo normal, lo cotidiano, nadie es perfecto. La saga “Harry Potter” no es excelente, tampoco es soberbia; es normal, por momentos mágica. Y ahí radica su fuerza. En que no presume de ser nada que no es aunque en el fondo, quizá de forma inconsciente, ha llegado a ser más de lo que debió haber sido: no es sólo artificio, también es Cine. Y bueno. Gracias a todos los encargados de hacer esto posible: el mejor casting de la historia de las licencias multimillonarias (no hay actor británico de renombre en los últimos diez años que no salga aunque sea como secundario) y los mejores técnicos que ha tenido el género fantástico entre 2001-2011.