Hay escenas duras, que te levantan del asiento, como el pedazo de carne y de una persona absolutamente hambrienta, cegada por su “naifismo”, una Quijote del XX con el cerebro lavado por el imaginario del cine, en donde, a menudo, nada tiene sentido y las historias tienen un final feliz que es un instante en la vida real. La vida siempre sigue, y tras un momento feliz, viene la rutina, en donde las emociones no son tan a flor de piel, pues el objetivo de la vida no es tener espectadores; quizá ahora sí, en Instagrameland, pero no entonces.

Primera vez que los actores miran a la cámara, al espectador; y un juego con lo que no se ve que hoy sería impensable, y que le da fuerza a la historia, imaginando a la mujer yaciendo en el lecho conyugal con un ser despreciable de antaño.