Tim Burton vuelve a demostrar de lo que es capaz: tras ese encantador cuento que es Big Fish sube el listón y alcanza el nivel de obras como Sleepy Hollow o Eduardo Manostijeras, cosa que parecía complicada tras el tremendo fiasco de El planeta de los simios.
Esta vez se encarga de adaptar la popular obra de Roald Dahl de mismo título con un doble objetivo: por un lado, dar rienda suelta a su imaginación para crear escenarios de ensueño; y por otro, criticar de forma feroz esta sociedad consumista, cada vez más superficial y carente de valores.
La historia es sencilla: Charlie, hijo de un matrimonio que vive en situaciones precarias, consigue un pasaporte que le permitirá ver la fábrica de chocolate del gran Willy Wonka junto a otros cuatro afortunados. Un lugar mágico, con cascadas de chocolate, césped dulce, piruletas por doquier... que sirven a Burton para que desarrolle su imaginación al máximo con ese toque tan particular que tiene.
Pero, una vez dentro, se irán descubriendo la personalidad del enigmático Wonka y las relaciones entre padres e hijos. Es en esta parte donde fluye la lección moral de la película, con una cruel crítica a los niños malcriados y a sus permisivos padres.
El trabajo de Depp como Willy Wonka es muy acertado, aunque a veces da la impresión de que sobreactúa y hace alguna mueca más de lo adecuado. Y el papel de Charlie, interpretado por Freddie Highmore, transmita ternura y hace que te acabes encariñando con él.
Por último, la banda sonora es un personaje más de esta película, pues sin ella las sensaciones que transmite cada fotograma serían distintas.
Muy recomendad para todo el mundo, es una de esas películas que, cuando terminas de verla, te hace sentir mejor persona.