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Voto de Skorpio:
7
2011
Veena Sud (Creadora), Ed Bianchi ...
7,5
11.696
Serie de TV. Drama. Intriga
Serie de TV (2011-2014). 4 temporadas. 44 episodios. Basada en la serie danesa 'Forbrydelsen'. Se investiga el asesinato de una joven desde el punto de vista de todos los personajes implicados, desde sus familiares y amigos a los agentes de policía encargados del caso. (FILMAFFINITY)
16 de agosto de 2011
7 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Notable con aspiraciones de sobresaliente en la reválida de la AMC, que con esta reafirmada “cuarta magnífica” disipa las dudas sobre la validez y la durabilidad de su puesto de privilegio entre los canales con mejor carta de servicios en ficción seriada. Un inicio más que prometedor dio paso a un ecuador que empezaba a perder fuelle hasta unos tres últimos episodios antológicos que le han valido su condición de serie a tener en cuenta en los próximos años (así como la necesaria y consecuente renovación, tras la penúltima entrega), nada de flor de un día ni de potencial desaprovechado.
Tras diez episodios repitiendo una estructura y una fórmula casi calcada, lo que empezó a afectar considerablemente a su fluidez e intensidad, llegamos a un undécimo que se desmarca por completo de la trama troncal para realizar un logrado trabajo de personaje de la pareja policial protagonista (que guarda ciertas similitudes con el magnífico The suitcase, de Mad Men), un duodécimo sumamente acelerado e intenso, que abre y cierra más posibilidades que todos los demás juntos, y una season finale que, lejos del esperado esclarecimiento del asesinato, ha revolucionado por completo cualquier esquema preconcebido sobre la resolución del gran caso y la continuación del formato.
Esa era la incógnita más sustancial que se esperaba en la finale, el conocer de qué manera continuaría la serie y qué personajes permanecerían ante la aparente resolución del caso. Ya comenté, cuando tocaba el piloto, que no había visto la original danesa ni pensaba verla, algo que sólo llevaría, en la mayoría de los casos, a contraproducentes agravios comparativos. Pero el sólo hecho de saber que el primer volumen de aquella sí acaba dando carpetazo al “caso de la temporada” (el híbrido más evidente entre las fórmulas serial y procedimental) da cuenta de la independencia y autonomía de este remake como formato.
Bajo la aparentemente simplona y perecedera fórmula del whodunit, de la búsqueda del asesino como principal (y a veces único) motor argumental, la narración va formando un complejo espectro que integra múltiples relatos, meditadamente superpuestos. Con la trama criminal como tronco, cauce e hilo conductor, nos encontramos con el drama familiar a múltiples niveles: primeramente, la tragedia de la familia afectada, pero también el conflicto entre lo profesional y lo familiar que afecta a la protagonista, que luego deriva en un argumento de mayor complejidad. Al mismo nivel nos encontramos con un relato de ambición y corrupción política, con su populismo más viperino como núcleo.
De lo último deriva a los bajos fondos de la prostitución, la pederastia, el juego y el tráfico de influencias, así como, de manera más discreta y escueta, la pretendida lentitud de los procedimientos policiales cuando el caso de turno afecta directamente a sujetos de renombre o interfiere en operaciones de mayor calado institucional (continúa)
Tras diez episodios repitiendo una estructura y una fórmula casi calcada, lo que empezó a afectar considerablemente a su fluidez e intensidad, llegamos a un undécimo que se desmarca por completo de la trama troncal para realizar un logrado trabajo de personaje de la pareja policial protagonista (que guarda ciertas similitudes con el magnífico The suitcase, de Mad Men), un duodécimo sumamente acelerado e intenso, que abre y cierra más posibilidades que todos los demás juntos, y una season finale que, lejos del esperado esclarecimiento del asesinato, ha revolucionado por completo cualquier esquema preconcebido sobre la resolución del gran caso y la continuación del formato.
Esa era la incógnita más sustancial que se esperaba en la finale, el conocer de qué manera continuaría la serie y qué personajes permanecerían ante la aparente resolución del caso. Ya comenté, cuando tocaba el piloto, que no había visto la original danesa ni pensaba verla, algo que sólo llevaría, en la mayoría de los casos, a contraproducentes agravios comparativos. Pero el sólo hecho de saber que el primer volumen de aquella sí acaba dando carpetazo al “caso de la temporada” (el híbrido más evidente entre las fórmulas serial y procedimental) da cuenta de la independencia y autonomía de este remake como formato.
Bajo la aparentemente simplona y perecedera fórmula del whodunit, de la búsqueda del asesino como principal (y a veces único) motor argumental, la narración va formando un complejo espectro que integra múltiples relatos, meditadamente superpuestos. Con la trama criminal como tronco, cauce e hilo conductor, nos encontramos con el drama familiar a múltiples niveles: primeramente, la tragedia de la familia afectada, pero también el conflicto entre lo profesional y lo familiar que afecta a la protagonista, que luego deriva en un argumento de mayor complejidad. Al mismo nivel nos encontramos con un relato de ambición y corrupción política, con su populismo más viperino como núcleo.
De lo último deriva a los bajos fondos de la prostitución, la pederastia, el juego y el tráfico de influencias, así como, de manera más discreta y escueta, la pretendida lentitud de los procedimientos policiales cuando el caso de turno afecta directamente a sujetos de renombre o interfiere en operaciones de mayor calado institucional (continúa)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
(continúa) Además de breves pero significativas incursiones en el alcoholismo y la drogadicción, la marginalidad y el pandillerismo suburbano, la inmigración y su vinculación con actividades terroristas o los peligros de la aplicación individual de la justicia.
Como queda bien ejemplificado con lo dicho en estos dos últimos párrafos, esas similitudes con Twin Peaks sugeridas ya desde antes de la primera emisión (aunque el retrato gris y marginal de Seattle no tenga nada que ver con ese ficticio y aparentemente apacible Twin Peaks) no son finalmente tan evidentes en la forma pero sí en el fondo. El descubrimiento de la naturaleza nada inmaculada de su Laura Palmer particular no supone nada en comparación con el destape del lado más oscuro y perturbador de todos los personajes, quien más y quien menos con un pasado cuyas huellas pretenden borrar o ignorar sin éxito. Implicaciones en mafias locales, desestructuración familiar, líos de faldas, infidelidades, doble espionaje, adicciones,… el ejemplo más claro está directamente emparentado con el caso del asesinato, con un tormento por la muerte del ser amado de clara inspiración (y evocación) hitchcokiana, influencia que encuentra una nueva instancia en la inestabilidad psicológica de Belko, claro fruto de su madre soltera promiscua y dominante.
Esta primera temporada ha jugado al despiste, pero sin llegar a ser del todo tramposa, con todo lo evidentes y obvias que podrían aparentar las diferentes líneas de investigación posteriormente descartadas, o lo vacíos e intrascendentes que parecían ciertos arcos. En este punto salta a la luz la analogía con Rubicon, la admirada y malograda perla de la casa, que se puede encontrar mismo en las metáforas histórico-mitológicas que encierran la naturaleza de sus respectivos enigmas: en una, la leyenda del río Rubicon y el punto de no retorno, y en la otra, aunque de manera más tardía, el mito de Orfeo como la eterna añoranza del ser querido y la fatal obsesión sucesiva, que cristalizó como nadie el maestro del supense en Vértigo.
Pero las auténticas semejanzas son estructurales. En ambas series, una buena cantidad de metraje parecía no contribuir a nada, pero estaba siendo más revelador que nunca, mientras que otros signos más tradicionalmente evidentes caían pronto en saco roto. Y en tercer lugar, y quizás más importante, esa tónica, esa doctrina de la sospecha permanente, del dudar de absolutamente todo, algo que en The killing resulta aún más acertado, justo cuando esa aureola de sospecha tendía a reducirse a unos pocos personajes. El nuevo interrogante, el nuevo foco de teorías y cábalas apunta ahora a la identidad del compinche de Holder, un tío peculiar aparentemente redimido y buen agente pese a lo inusual de sus métodos y su guisa.
Como queda bien ejemplificado con lo dicho en estos dos últimos párrafos, esas similitudes con Twin Peaks sugeridas ya desde antes de la primera emisión (aunque el retrato gris y marginal de Seattle no tenga nada que ver con ese ficticio y aparentemente apacible Twin Peaks) no son finalmente tan evidentes en la forma pero sí en el fondo. El descubrimiento de la naturaleza nada inmaculada de su Laura Palmer particular no supone nada en comparación con el destape del lado más oscuro y perturbador de todos los personajes, quien más y quien menos con un pasado cuyas huellas pretenden borrar o ignorar sin éxito. Implicaciones en mafias locales, desestructuración familiar, líos de faldas, infidelidades, doble espionaje, adicciones,… el ejemplo más claro está directamente emparentado con el caso del asesinato, con un tormento por la muerte del ser amado de clara inspiración (y evocación) hitchcokiana, influencia que encuentra una nueva instancia en la inestabilidad psicológica de Belko, claro fruto de su madre soltera promiscua y dominante.
Esta primera temporada ha jugado al despiste, pero sin llegar a ser del todo tramposa, con todo lo evidentes y obvias que podrían aparentar las diferentes líneas de investigación posteriormente descartadas, o lo vacíos e intrascendentes que parecían ciertos arcos. En este punto salta a la luz la analogía con Rubicon, la admirada y malograda perla de la casa, que se puede encontrar mismo en las metáforas histórico-mitológicas que encierran la naturaleza de sus respectivos enigmas: en una, la leyenda del río Rubicon y el punto de no retorno, y en la otra, aunque de manera más tardía, el mito de Orfeo como la eterna añoranza del ser querido y la fatal obsesión sucesiva, que cristalizó como nadie el maestro del supense en Vértigo.
Pero las auténticas semejanzas son estructurales. En ambas series, una buena cantidad de metraje parecía no contribuir a nada, pero estaba siendo más revelador que nunca, mientras que otros signos más tradicionalmente evidentes caían pronto en saco roto. Y en tercer lugar, y quizás más importante, esa tónica, esa doctrina de la sospecha permanente, del dudar de absolutamente todo, algo que en The killing resulta aún más acertado, justo cuando esa aureola de sospecha tendía a reducirse a unos pocos personajes. El nuevo interrogante, el nuevo foco de teorías y cábalas apunta ahora a la identidad del compinche de Holder, un tío peculiar aparentemente redimido y buen agente pese a lo inusual de sus métodos y su guisa.