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Estados Unidos Estados Unidos · Raccoon City
Voto de Maldito Bastardo:
8
Drama Un día en la vida de Monsieur Oscar: un hombre que se traslada, en una lujosa limusina blanca conducida por Céline, de trabajo en trabajo. Para cada uno de ellos adopta una nueva personalidad: mendigo, monstruo, asesino, padre de familia... (FILMAFFINITY)
30 de diciembre de 2012
35 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine siempre ha sido esa gran máscara capaz de tergiversar la vida y enmarcar la realidad, pero “Holy Motors” no trata de engrandecer el discurso de la gran mentira o verdad sino de alcanzar cierta ambivalencia entre ambas propiedades. En “Cosmopolis” de Cronenberg, limusinas aparte, hay una conversación entre el ‘despeinado y asimétrico’ protagonista y su verdugo sobre la imitación de actos y la plasmación de los crímenes como una fantasía rancia y al mismo tiempo social: hacemos lo que otros hacen como modelo de reproducción. Nuestros actos se convierten en copias idénticas que a su vez fueron plasmadas en fotografías en movimiento para, que a su vez, moldeemos modas e iconos como un gran enjambre. Sobre apropiaciones y falta de originalidad en los actos humanos, en las letanías de protestas para intentar generar un cambio suele converger el cine.

Concerniente a esos mecanismos confluye “Holy motors”: nos convertimos en espectadores de una película que se autodefine como tal. Leos Carax convierte su regreso en ese reflejo de lo que fue el cine y del cine que se convertirá siempre en reflejo: el cine como vida, la vida como actuación, la actuación como máscara, la máscara para la vida, la vida como el cine… La concepción episódica refunde en un conjunto cinematográfico de gran todo. El anhelo de un bosque bidimensional, hecho papel, como la pantalla de proyección, abre la puerta y cerrojo del filme, para trasladarnos a los lugares más recónditos del subconsciente cinematográfico dormido a través de un definido viaje.

Del motion capture a la mutación de géneros y el homenaje como consorte omnipresente y pegamento de lo invisible. Los adjetivos que quedarán atados a “Holy Motors” serán tan numerosos como recurrentes. De lo fascinante a lo complejo, de lo detestable a lo ridículo. “Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas” de Apichatpong Weerasethakul, otra de las películas referenciales de esta década, perfilaba el celuloide entre el pasado y el futuro cohesionado a través de lo onírico en lugares transitorios y numerosas películas posibles. El filme de Leos Carax muestra lo lineal e identificable con lo inaccesible y oculto. El cine quedará como ese sueño de retazos del pasado y su implicación y reminiscencias en nuestras propias fantasías. Louis y Auguste Lumière situaron una cámara de cine en 1895 en una estación para que el público saltara de sus butacas pensando que esa mentira era realidad. Ahora, el cine ha sido domesticado, envasado y corrompido como simple producto pasajero. Los espectadores yacen dormidos y amansados en un coma inducido por las cadenas del orden y lo predecible. Es hora de que nuestras máscaras palpiten y regresemos de un salto a la vida con un cine indómito, anárquico y quimérico. Que la irrealidad y lo imposible sean la nueva verdad. Y “Holy Motors” quiere convertirse en ese tren (y limusina) que obre de nuevo el milagro fosilizado y perdido.
Maldito Bastardo
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