Unos niños recitan una riman y se ponen a caldo. ¡Cuánto odio! Odio las guerras. Odio todas las guerras que ha habido y que habrá. Pero lo que más odio de todas las miserables guerras es que haya supervivientes. De uno y otro bando. Es más, desearía que en cada guerra muriese TODA la población de cada uno de sus bandos en el primer cruce de fuego o menor hostilidad. Pero sólo hay una cosa en el mundo que odie más con todas mis fuerzas: las películas bélicas navideñas. Desearía en plan digresión histórica tarantiniana que Hans Landa saltase sobre el ganzate de Diane Kruger para que cerrase su boca y que no cantase más.
Por favor, que alguna deidad o ser superior aniquile esa peste que asola el planeta llamada raza humana para que, por fin, sean unas felices navidades en toda la tierra.

La técnica cinematográfica basada en el empacho de polvorón, mazapán y turrón es tan dulzona como renqueante. Deja el arma, llama a alguien que toque el pito y canta Noche de Paz. Vomita y vomita, fraterniza y fraterniza.
Esto no es más que una conmoción sensiblera en las trincheras de I Guerra Mundial. ¡Llegan los villancicos, el balón y comienza el partido!
Inocente e infantil pacifismo en las trincheras de la Europa del 1914. Pese a oficio, poco beneficio y algunos momentos emotivos “Feliz Navidad” se encuadra dentro de los filmes en busca del Oscar (también fue nominado a los Globos de Oro y al BAFTA).
Emoción destilada en la nieve en una parábola antibélica. Nunca será el fin de todas las guerras, cuando un partido de fútbol ya en sí es una Guerra Civil o Mundial (dependiendo del ámbito de la competición)

Yo, personalmente, sin comentarios de Lama (podían haber incluido esa opción en el dvd), no veo partidos tan cutres como este ni en los videojuegos.