Película, como todas las de Steven Spielberg, rodada con maestría. Pero esto no quita que sea un bodrio infumable. Poco más que decir.

Parte de una premisa insólita, cómo un ganadero que necesita un animal de labranza, sin razón alguna, compra un caballo de carreras. Inmediatamente después se lo da a su hijo, siempre guapo y limpio a pesar de vivir en el duro campo inglés. Vamos, que se ha gastado el poco dinero que tiene en un capricho inútil...

A partir de aquí, partiendo ya de la poca lógica del primer rollo de la película, es todo una sucesión de azúcar y moralina estúpida y obvia. Todo dentro de una historia inverosímil, donde las casualidades hacen que todo sea asquerosa e irrealmente perfecto, siendo un despropósito total que apenas un espectador de 6 años enamorado de los caballos podría aceptar. Como digo en el título de la crítica, aquí sólo falta George Bailey, protagonista de "¡Qué bello es vivir!", para terminar de intoxicar a todos aquellos que padezcan de diabetes.

No entro en que en estos días que corren hacer hablar a dos franceses entre sí en inglés con acento gabacho está fuera de lugar y resta credibilidad, qué decir de los soldados alemanes con su über acento... De principio a fin es una lástima de film, que intenta estar destinado a todo tipo de público y finalmente es infumable para todos los rangos de edad.

Es vergonzoso que una película así sea candidata al oscar a mejor película. Un insulto a la inteligencia media, antes voto por American Pie 3 que por lo menos es capaz de provocar sentimientos en el espectador. Sí, son sentimientos de vergüenza ajena, pero ya es algo que gana respecto a War Horse que ni siquiera es capaz de conseguir que me duerma.