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Voto de Jmpg2012:
9
16 de diciembre de 2014
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El final es tan abierto que puede leerse como el principio de un apasionado romance o como el final de un amor imposible.
Al mismo tiempo que gag visual, algunas escenas de luces de ciudad pueden saborearse en segundo plano como documentales de una época, de otras luces, de otros tipos y otros decorados.
La realidad es que lo que hace Chaplin con la pantomima es sorprendente. Un género físico, de una comicidad reactiva, se convierte en manos del tierno payaso en un melodrama trascendente desde el que indagar en el prejuicio social, en la clase, en la sociedad misma. Y gran parte de la capacidad de penetración crítica de su cine, que lo eleva fuera de los límites de su género, se basa en el personaje de Charlot. Chaplin consigue que un personaje que sigue su instinto, sin casa, sin oficio, desastrado, pobre, se convierta en sus películas en el único que actúa sensatamente. El buen salvaje. Se opone a la solemnidad impostada de los políticos que inauguran una estatua colosal, a los ricos que sólo son capaces de abrir su corazón cuando están borrachos, a la autoridad que lo sentencia guiada por prejuicios, al suicida opulento que no sabe encontrar razones para vivir.
No sólo los pudientes son culpables de obcecación, también los pobres pueden reproducir los mismos comportamientos de exclusión. El mayordomo le trata peor que el dueño de la casa, los pillastres que venden periódicos le azuzan al ver su aspecto.
Por eso, la florista representa, con su ceguera, la sociedad sin prejuicios. ¿Qué hará al recobrar la vista? Sea cual sea su actitud, es difícil imaginar a Charlot trabajando, ahorrando, recluido en una casa o envejeciendo, como el resto de los mortales. El propio Charles Chaplin parece que se mantuvo a mucha distancia ética de su creación. Sus peculiares amoríos, infidelidades, procesos penales y tacañería, le situaban lejos de Charlot. La manera en que se apropió de la música de “La violetera” y la convirtió en leit motive de “luces de ciudad” puede ser una prueba de una ética ligera. Pero pocos pasaríamos la prueba de compararnos con la inmaculada generosidad del payaso del bastón.
Si la florista es ciega, Charlot es mudo, porque es un personaje que se define por sus actos y al que el cine sonoro desplazó ante héroes menos físicos, más parlanchines -¿cómo Cantinflas?-. Esa pudo ser la razón de que Chaplin se resistiese al sonoro y espaciase el ritmo de sus películas –geniales y sonoras- con la retirada de su héroe más carismático al Olimpo de los inmortales
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
El final es extraordinariamente bello. Chaplin se recrea en un primer plano de las manos entrelazadas y en una panorámica al rostro temeroso del vagabundo. Sus rostros despiden luz. La “violetera” percibe al tacto que el benefactor que le curó la ceguera, el que le dio los medios para su ascenso social, es el pequeño y desastrado caballero que viste jirones y lleva una flor pisoteada en la mano. Se reconocen.
“¿Ya puedes ver?”
“Puedo ver”.
La ciega ya puede ver. Lo cual abre una expectativa, la tensión del reconocimiento, la incertidumbre de saber cuál será su actitud. ¿La vendedora de flores tendrá la altura de miras para saber dejar a un lado el prejuicio social, el aspecto, la clase, y persistir en un amor “ciego”? ¿O por el contrario, renunciará al vagabundo, porque ella ya ha prosperado, pagando con desinterés la generosidad de Charlot?
El final, aunque resuelto con una brillantez técnica notable, no cierra la historia.
Su prolongación imaginaria provoca una profunda desazón. Es muy difícil imaginar que la bella florista emprenda una apasionada historia de amor con el errante rufián, recién salido de la cárcel, y comiencen una vida próspera en un hogar lleno de tiernos charlotitos. Lo más probable es que todo se complique, que el prejuicio social se imponga, que la joven lo despida con un sincero reconocimiento, o que el entrañable caballero de los pantalones bombachos se sacrifique nuevamente por su dama, evitando que padezca los prejuicios de un partenaire sin oficio ni beneficio. Son meras hipótesis.
Su prolongación imaginaria provoca una profunda desazón. Es muy difícil imaginar que la bella florista emprenda una apasionada historia de amor con el errante rufián, recién salido de la cárcel, y comiencen una vida próspera en un hogar lleno de tiernos charlotitos. Lo más probable es que todo se complique, que el prejuicio social se imponga, que la joven lo despida con un sincero reconocimiento, o que el entrañable caballero de los pantalones bombachos se sacrifique nuevamente por su dama, evitando que padezca los prejuicios de un partenaire sin oficio ni beneficio. Son meras hipótesis.