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España España · Oviedo
Voto de Gould:
8
Comedia. Drama. Romance Una stripper quiere tener un bebé. Sin embargo, no consigue convencer a su novio, razón por la cual decide entonces pedir ayuda a su mejor amigo... (FILMAFFINITY)
9 de octubre de 2016
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El festival de Berlín premió esta película por su “originalidad, juventud, audacia e impertinencia”. La verdad es que ya desde los títulos de créditos y de la primera escena en la que Anna Karina -en su debut en la pantalla- entra en el bar y pide un café mientras suena de fondo Charles Aznavour y de repente deja de sonar la música y ella nos guiña un ojo, sabemos que estamos asistiendo a algo diferente. Rodada en cinemascope y tecnicolor, la cámara sigue con persistente insistencia el alocado recorrido de esta muchacha, bailarina de striptease, que desea por encima del todo tener un hijo lo que no satisface demasiado a su novio. Con multitud de recursos narrativos, originalidades y excentricidades: acotaciones teatrales, apelaciones, guiños y saludos al espectador, miradas a la cámara, diálogos que se convierten en recitativos musicales, montaje sincopado, citas autorreferenciales – “tengo prisa, hoy ponen por la noche en la tele “A bout de soufflé”-, homenajes a Truffaut –qué tal va “Jules et Jimes” le pregunta Belmondo a Jeanne Moreau. “Moderato” responde esta- por no hablar del particular, curioso y, a veces, irritante uso que hace de la música y el sonido, es una película inteligentemente gamberra y desigual, de tono irónico y paródico, un falso musical sin canciones, un falso melodrama y casi una falsa película. El problema de tanta fantasía gramatical es que al de cuarenta minutos estos ingenios comienzan a cansarnos un poco pero, sabiamente, Godard opta por centrarse en la historia de esta muchacha obsesionada con tener un hijo -“Je veux en enfant”, “Je veux en enfant”- Como sucedía en “A bout de soufflé” (1960) el deslumbrante debut de Godard, más que la pirotecnia lingüística de la cámara, me divierten los divertidos y frescos diálogos, la simpática complicidad de la pareja formada por Anna Karina y Jean-Claude Brialy, con Belmondo cerrando el trío, con esas maravillosas escenas en casa en la que buscan libros en las estanterías para insultarse en el silencio de la noche o la soberbia escena, digna de Lubitsch, con un fondo de música de raigambre clásica, donde Belmondo espera en la calle la respuesta de ella a sus peticiones mientras da fuego con su cigarrillo a todo el mundo que pasa por ahí. A pesar de todas las salvedades y peros que se le puedan poner sigue siendo una película divertida y muy recomendable.
Gould
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