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Voto de Archilupo:
9
Drama En un pueblo minero de Gales viven los Morgan, todos ellos mineros y orgullosos de serlo y también de respetar las tradiciones y la unidad familiar. Sin embargo, la bajada de los salarios provocará un enfrentamiento entre el padre y los hijos; porque mientras éstos están convencidos de que la unión sindical de todos los trabajadores es la única solución para hacer frente a los patronos, el cabeza de familia, en cambio, no quiere ni ... [+]
25 de enero de 2010
91 de 100 usuarios han encontrado esta crítica útil
En off, la voz de un hombre que un día lió sus pertenencias en el pañuelo de su madre, y se fue de Gales para no volver, describe su recuerdo (que no distingue qué es real y qué no) en forma de canciones e historias del valle de la infancia, vivo y verde, antes de que el carbón lo tiñera de gris y se pegara a la piel de los hombres como tatuaje.
Son evocados los Morgan, numerosa familia minera, orgullosos, rezadores. El patriarca, serio y justo, bíblico, es el cabeza de familia; la madre, el corazón. Los hijos traen cada día la paga y ella organiza la casa. El narrador es el pequeño y una convalecencia le despertará el afán de leer.
Contra lo que parece (por lo coreografiado del relato, el tono jovial y las canciones, que dan aire de musical), no se ahorran críticas ni asperezas.
Junto a la gran fiesta comunal de la boda, cánticos hilarantes y bebida a raudales, se evoca la racanería de los patrones, la hambruna en las casas por recortes salariales, la emigración forzada, la inquisitorial vigilancia de costumbres por el cura carca, el brutal colonialismo del maestro de la Escuela Nacional, el atormentado amor con el reverendo progresista de la hermana (luminosa Maureen O’Hara: ese plano sublime del velo de la novia alzándose ingrávido, la silueta de Pidgeon plantada al fondo, plano que vale mil diálogos), el activo cotilleo, las habladurías dañinas de las lenguas beatas … Se evoca, en fin, la épica de la mina, ganar la supervivencia con riesgo y dolor, junto a explosiones mortales y derrumbamientos de galerías.

Ford filma un mundo recreado en la memoria y modelado por la emoción. No es un informe sobre la realidad sino una canción de recuerdos indelebles, fuera del tiempo. No hay ideología sino narración pura. No hay opinión sobre sistema social sino supremo arte de contar. Muestra a una familia espartana que lucha por sumar jornales para cubrir el coste diario. Es lo que daba de sí el Gales evocado. Le iba a Ford: hijo de emigrantes irlandeses, soñador de una patria celta, y menor de muchos hermanos. Convirtió la nostalgia de la patria idealizada en un río de inspiración. Si algo no se le puede reprochar es falta de generosidad. La dureza cotidiana está testimoniada, y el egoísmo del patrón capitalista, atento sólo al beneficio. Pero Ford replica con la brava lucha, la humana riqueza de los caracteres, la convicción de que la vida acaba prevaleciendo sobre cuanto quiere empobrecerla, aunque el triunfo termine por producirse en un plano ideal. Ahí, la memoria, la utopía y la buena madera dibujan un mundo noble donde existir. Y si no es posible en lo real (ya se supone que los mineros no iban al tajo en perfecta formación y cantando polifonía como el Orfeón Donostiarra), ahí está el cine: seres tan reales en el recuerdo del narrador como lo fueron entonces; un valioso mundo que ya no existe ni en Gales ni en Irlanda ni en la Tierra, salvo en las películas de John Ford, por los siglos de los siglos.
Archilupo
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