A un agente secreto le encargan una peligrosa misión.

El señor Nolan llega para salvar la temporada de cine con su nuevo artefacto: un film de espías a lo James Bond, a lo Misión Imposible, pero al que añade su trascendente toque particular, sus pretensiones grandilocuentes, planteando cuestiones de ciencia-ficción, con problemas de física, paradojas, idas y vueltas por el tiempo, con freno y marcha atrás, y demás rollos superprofundos, retorcidos e incomprensibles que harán las delicias de sus seguidores.

Personajes planos –el malo es un ruso muy chungo, poca broma con él–, localizaciones variadas, peripecias increíbles, aparatosas escenas de acción más o menos espectaculares, confluyen en una trama embrollada, pródiga en diálogos explicativos que difícilmente aclaran lo que está pasando.

Un compañero del trabajo me aseguró que con esta película me iba a “volar la cabeza”. A uno, tan conservador, al que le gusta mantener la cabeza firme sobre los hombros, esta afirmación le produjo amargos temores. No hay razón para preocuparse, sin embargo: mi cabeza sigue en el mismo sitio.

Lo peor que le puede ocurrir al espectador viendo esta película es que no la entienda, y eso tampoco sería tan terrible: si te estuvieran explicando el significado de la vida resultaría trágico, no cabe duda, pero si lo que te cuentan es la enésima historia de espionaje donde los buenos deben salvar al mundo no comprender todos los aspectos del guion tampoco supone ninguna catástrofe… Yo no pienso ir a volver a verla, ya me aburrí bastante la primera vez.

Existe una gran diferencia entre ser interesante y hacerse el interesante. Es la misma diferencia que se encuentra entre un genio del cine y Christopher Nolan.