Noé es la última película del director Darren Aronofsky, director de El Cisne Negro o La fuente de la vida, entre otras. Es una película que quiero resumir en una noción: en el límite. Pero antes, comencemos con el argumento.

La historia narra, de una manera muy poco convencional, la historia archiconocida de Noé. Noé es el único hombre justo de la Tierra y Dios, viendo que todos los seres humanos se han descarriando alejándose de él, cometiendo innumerables pecados, decide acabar con toda su creación y empezar de nuevo. Es así como le encomienda a este personaje bíblico la tarea de construir un arca para salvarse del cataclismo y fundar un nuevo Edén junto con su familia y una pareja de cada especie animal.

La película se ancla sobre esa base tradicional, que queda respetada; el resto es invención del director. No quiero desvelar nada acerca de los elementos alternativos porque es uno de los puntos sorprendentes de la película. A mi parecer, la película tiene conexión con el libro El lenguaje de las fuentes, de Martín Garzo, que narra una historia complementaria de las vidas de José y María, en la que se suceden algunos de los episodios más conocidos, sobre los que se añaden nuevos para humanizar o, incluso, para enriquecer (si es posible) la historia desde un punto de vista nuevo.

Como decía al principio, la película de Noé se encuentra siempre en el límite. Es cine comercial pero al mismo tiempo es de autor; es para toda la familia, pero no toda la familia saldrá contentada; es un tema completamente convencional, pero narrado de una manera alternativa; es una película épica, pero al mismo tiempo poética; es religiosa pero metafísica; apela a los sentimientos pero también a la razón, etc. incluso el mismo Noé es un personaje que se encuentra en ese límite entre hombre justo y completamente injusto, entre hombre cuerdo y enajenado, entre buen padre de familia y mal padre de familia. Ese estar-en-el-límite que abarca y dinamiza la película y sus personajes principales ofrece una tensión que, desde luego, no deja indiferente a nadie. Ya sea que el espectador adopte una postura de aceptación, ya sea que sea de rechazo a lo que aparece en la pantalla.

He necesitado unos días de distancia desde que vi la película para poder comprender y repensar algunas de sus dimensiones, pues salí del cine completamente emocionado por haber visto una obra superior. Pensándolo fríamente y, aunque sigo pensando que es de una gran calidad, la película no es para todos los públicos por diferentes motivos: por encontrarse en el límite entre lo correcto y lo incorrecto constantemente, por no pretender ser entendida por todo el público, por ser polémica en torno a la veracidad o no de la historia (algo que en mi opinión importa bien poco), por poner en situaciones incómodas al espectador y por mostrar una historia que, en principio, no tiene por qué llamar la atención: ya se han hecho decenas de películas de catástrofes mundiales y de colapso total con efectos especiales similares.

Aún así (y por estas razones) invito a que el que quiera ver la película lo haga sin prejuicios en la medida de lo posible, intentando ver en Noé no a un Russell Crowe (en uno de sus papeles habituales) o a un personaje santo e inalcanzable, sino a un hombre complejo con dudas ante fuerzas que no puede controlar, ante una misión que le ha sido impuesta, ante un personaje responsable de una familia que le pide explicaciones por actos incomprensibles (o no tanto), etc. Invito a que el espectador aterrice la trama y el desarrollo de la película en su propia historia esperando ver qué propone y qué tiene que aportarle más allá de lo convencional, de lo religioso o lo moral.

Daniel Rodríguez. (Esencia Cine)