Acostumbrado al virtuosismo de Nolan, no puedo más que defender el resultado alabando su increíble manejo del medio, ese gran resultado, compacto, inspirador y visceral, que aúna con tres pilares, cuan altar griego, esculpido en dura piedra resistente al paso del tiempo y de las inclemencias. Su estoico impacto visual, su, hasta a veces, indolente fotografía, espectacular ambientación e indescriptible empaque musical, con un grandioso Zimmer, destruye la coraza del espectador, ensalzando la primera piedra de este altar y derrumbando esa actitud defensiva que nos engulle al comienzo de cualquier película bélica. Derrotada esa barrera, Nolan nos presenta el segundo pilar, cuan columna corintia, adornada y bella: llega el guion, que nos mantiene en vilo, estructurando la historia hacia un punto de fuga, esperado, ansiado y visible, pero que nos recuerda que los detalles y vicisitudes realistas a veces son imprevisibles. Por último, cerrando la tríada escultórica, el fondo, esa historia alta y bella, lúgubre y austera, fuerte y dura, que llena la sensibilidad, desborda los sentimientos, hiere en el fondo hasta creernos vivos, empáticos y completos. Tensión, intensidad y sentimiento.