No lo pregunto, lo afirmo rotundamente: Los Simpson es la mejor serie de la historia. ¿Por qué?

Porque es tremendamente divertida, con sus situaciones absurdas, su humor políticamente incorrecto, sus desternillantes diálogos, su capacidad para hacer que siempre ocurra lo último que esperas. Por sus canciones, sus parodias de otras series o películas e incluso por los múltiples cameos de personajes famosos.

Por haber traído al mundo personajes inolvidables: Homer, estúpido, vago y desagradable, pero a la vez divertido y carismatico; su mujer Marge, una auténtica santa, dispuesta siempre a perdonarle todas sus barbaridades, porque en el fondo es él quien da emoción a su vida; Bart, el típico hijo trasto pero con un gran corazón; Lisa, el personaje más profundo e inteligente de la familia, la eterna respuesta a una pregunta que nadie a hecho, como se dice en la propia serie, y la dulce y desatendida Maggie.

Porque pese a ser una serie de dibujos animados, es una serie muy humana. Desde el humor se tratan temas profundamente humanos como son las relaciones de pareja, con capítulos tan increíbles como aquel en el que Homer y Marge se conocen en el instituto; Las relaciones de familia, como en aquel que Homer se vuelve a encontrar con su madre; la vida en la tercera edad, con ese abuelo senil al que nunca visitan; el sueño de un mundo mejor, sobre todo desde el punto de vista de Lisa, el personaje más comprometido de la serie… y podría seguir nombrando temas durante horas. En definitiva, que no son simples dibujos animados, los personajes rebosan vida.

Y porque, como siempre se ha dicho, lo difícil no es llegar arriba sino mantenerse. Pues los Simpson llevan 20 años en el más alto. La serie no aburre, hemos visto cada capítulo 4 o 5 veces, nos los sabemos de memoria, pero los seguimos viendo. Y por eso hoy he escrito esta crítica, porque quería agradecerles tantas horas de diversión, tantas horas de felicidad.