Las ejecuciones son truculentas, histriónicas y rodadas con el mayor grado de violencia posible (bendita exageración ochentera) pero la película es demasiado esquemática, no engancha, no implica al espectador, el argumento es reducido al mínimo, lo cual hace que carezca de tensión narrativa. Los traficantes son malos porque venden drogas a los niños. Hay que destruirlo. Punto. Y es todo el rato lo mismo con líneas de diálogo igual de inexpresivas que los actores. Eso es, sin duda, lo peor. No pasa de ser una monótona sucesión de secuencias en las que el ya un tanto canoso y ajado Bronson liquida a todo el mundo. La realización es algo torpe, con escenas muy cortas y a las que se les ve mucho el plumero de lo preparadas que están. En general, en el apartado visual se ve que lo intenta (esos planos de niños muertos) pero hay un punto de cutrez extra que las dos primeras partes no tenían (la tercera es para darla de comer aparte, un híbrido entre Mad Max y Counter Strike en bizarro, mientras que por la quinta profeso una debilidad especial). Se nota que ya era la cuarta entrega, y que no había tanto presupuesto para un protagonista de 66 años. Pero aún así tiene ese algo (fotografía, musiquilla de sintetizador tan muy de la Cannon, manera de dirigir...) que le da un toque inquietante a la cosa.