El director recicla algunos elementos de su agresivo cine (algunos secundarios frívolos, violencia gráfica, lenguaje soez, escenas de sexo bien recreadas) y plantea la posibilidad de hallar algún tipo de justificación para la violación. El intento me parece loable, ya que el personaje del agresor me inspiraba tirria debido a algunos dejes de amaneramiento hasta descubrir su afición secreta. El que se le pueda contemplar con mejores ojos no ha de ser motivo de vergüenza ya que hasta la propia protagonista le logra encontrar atractivo (hasta el punto de repetir la experiencia junto a ese vecino que la violó). La presa y el depredador encuentran un lenguaje común, saben pasarlo bien juntos.

La película, a grandes rasgos, me parece entretenida pero con un final muy cruel. La estupefacción de la bestia al ser sorprendida en mal momento y peor suerte y contexto (Huppert a pesar de afirmar que lo iría a denunciar estaba jugando y disfrutando igual sino más que 'el pervertido') no puede ser más arrebatadora, por sincera, elocuente y concisa a modo de ese estupefacto y ahogado '¿Por qué?' [si nos estábamos divirtiendo] como últimas palabras antes de perecer.

Me hubiera gustado que Huppert hubiera confesado la verdad, pero es que ni siquiera se aclaró si lo hizo por salvaguardar a su hijo o porque en realidad se la sudaba del todo aquel hijoputa (cosa que me resisto a creer porque insisto en que las evidencias señalan todo lo contrario). Creo que Verhoeven cerró su obra de una manera no del todo esclarecedora para reforzar su crítica a una sociedad frívola e hipócrita.