«Full Monty» fue todo un bombazo en su época, una de esas películas que gusta a todo el mundo, que despierta inmediatas simpatías y que incluso ha creado cierto imaginario colectivo. Cosas que pasan.

Cinta puramente británica donde un grupo de parados de Yorkshire decide ganar dinero haciendo un striptease. De verdad que la idea es hilarante, porque nadie en su sano juicio pagaría para que estos amigos te hicieran un espectáculo erótico. Pero esto no hay que tomárselo como una condena o un motivo de depresión; no todo el mundo puede ser guapo, no todo el mundo sabe bailar, no todo el mundo tiene que tener la desvergüenza de desnudarse delante de una sala llena de gente para que se rían de ti (o contigo), y no por ello eres menos que nadie. «Full Monty» pretende reivindicar los defectos de las personas igualándolos a las virtudes sin ninguna autocrítica: aquí puedes ser un bala perdida, un mal marido, un vago, un mentiroso... que no pasa nada, aunque esta belleza interior desde luego es mucho más importante que una barriga gorda. Seas como seas, tienen que quererte igual y decirte que eres maravilloso porque sí, porque si no el mundo es injusto contigo. Porque tú lo vales, tío.

Con todo, el principal defecto de «Full Monty» es el más sencillo que uno se pueda imaginar: que no hace gracia. A lo sumo en alguno de los bailecitos te sonríes un poco, pero en realidad nada de nada. Por lo demás, es amena y la interpretación de Tom Wilkinson supera el sobresaliente.

Justita. Realmente se olvida con facilidad.