George A. Romero conformó el género de zombis, dicen. Pues muy bien. Se lo agradezco. De verdad que sí. Pero, ¿qué tiene que ver eso con que «La noche de los muertos vivientes» sea una película estúpida? Las obras de culto sí que dan miedo.

La película empieza de forma interesante. La acción es directa, la normalidad de la situación provoca el desconcierto, el zombi en la distancia crea tensión. Sin embargo, en cuanto el individuo misterioso se acerca y la muchacha rubia pasa por su lado, la película se echa a perder de un modo misterioso. Bueno, no tan misterioso si vamos repasando insensatez tras insensatez.

Eso de correr es la táctica más vieja del mundo para huir de un peligro, pero se ve que a esta chica rubia nadie le ha explicado cuándo tienes que pararte. Si lo hubiera sabido, no hubiese habido película, porque está claro que estos zombis no pillan a nadie andando como andan, más lentos que una tortuga y además deteniéndose a observar el paisaje, que ellos no alteran el ritmo pase lo que pase. Ridículo. ¿Qué miedo pueden provocar estos seres sobreactuados con cara de haberse fumado las hierbas del jardín? Yo os lo diré: ninguno.

Pero, vamos, que la película sigue y la acción se traslada rápidamente a una casa. Esto de mantener sesenta minutos en un mismo espacio sin que te moleste es meritorio, y aquí el mérito es de Romero por dirigir con habilidad no exenta de amateurismo pulp. Sea como sea, repito que la dirección es lo menos lamentable. Lo que sí es lamentable es el resto. Los personajes que van apareciendo son todos para que se los coman los zombis, en especial a las féminas, cuyo retrato bobalicón y de estorbo continuo hace que me sienta gravemente insultada. El chico protagonista va demasiado sobraro’ y hasta le chulea a los monstruos, que él se los carga de dos en dos. ¿Que he visto cómo unas personas se comen a otras y una horda de devoradores sanguinarios me persigue? ¡No pasa nada!

Los diálogos son de serie -B, que no existe, pero nos haremos una idea; el tono, las situaciones, el desarrollo no infunden respeto ni respetan cierta lógica interna, las interpretaciones son dignas de un zombi, el mensaje crítico-social final no sé a qué viene, ni yo ni nadie; y la película es una pamplina medio resultona por lo diferente.

Fuera de mi jardín.