A mí tanto amor hacia «Al rojo vivo» me resulta algo sorprendente y admito que se me caen dos lagrimones al comprobar que supera por una décima la nota de «La jungla de asfalto». No es por hacer comparaciones, solo es un dato que debemos tener en cuenta.

James Cagney interpreta a un criminal con un complejo de Edipo no superado que sufre una especie de trastorno mental con el que parece que tratan de justificarnos que Cody Jarrett sean tan malvado. Esta teoría empiezo a encontrarla demasiado asiduamente como para que la pase por alto y, aunque no quiero repetirme, debo añadir que el crimen no es (siempre) síntoma de locura. Tratar de relacionar la amoralidad que pueda tener Cody con una causa psiquiátrica lo encuentro atrevido e impreciso, además de muy cómodo de cara a afrontar las raíces de la criminalidad. De hecho, me gustaría saber qué problema psicológico es ese que se manifiesta en unos fuertes dolores de cabeza cuando menos se lo espera. ¿Esto es científico? Lo dudo.

En fin, que Cody mata a la gente con un muslo de pollo en una mano y el revólver en la otra y lo que asusta en serio de todo esto es que haya quien admire su comportamiento. Que este tipo es un criminal, un chulo y un impresentable creo que salta a la vista, y nos da motivos más que suficientes para que deseemos que se quede entre rejas. Su esposa Verna, con una Virginia Mayo nunca tan espectacular, cuenta con todo mi apoyo. Que vale que la ambición le puede, pero que un señor como Cody espere realmente lealtad de su parte es casi recochineo. Aquí quien no corre vuela, así que a volar y a ver quien llega más lejos. Él no tiene piedad, nadie la va a tener con él. Solo su madre, la señora Jarrett, tan o más malvada que su hijo, le aporta un amor incondicional que desde luego ha sido su perdición. Lo que no entiendo es que cierto acontecimiento que especifico en spoiler no suponga una debacle en su vida y el tal Cody siga como si no pasara nada. Para tener una relación tan fuerte y simbiótica, no responde como debería responderse ante tamaña tragedia personal que tendría que ser un antes y un después en muchos aspectos.

Lo mejor es la última escena «en la cima del mundo» y la violencia que desprende toda la película. El resto cae en altibajos, un guión lento y de nulo recorrido, sin sorpresas, y en la sobreactuación y la grandilocuencia trasnochadas.