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Voto de Jark Prongo:
8
Aventuras Europa Occidental, principios del siglo XVI. Una banda de mercenarios que se dedica al pillaje y está encabezada por el soldado Martin, pretende robar a Arnolfini, su anterior señor feudal. Para ello Martin forma un ejército con el dinero conseguido del robo de reliquias. Después de secuestrar a la hijastra de Arnolfini, la princesa Agnes, la salva de ser violada y ésta le promete amor eterno. (FILMAFFINITY)
4 de octubre de 2016
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Come con las manos, come con los dedos
No habrá servilletas ni servilleteros.»

La Fiesta Medieval, Los Nikis

En Elle Isabelle Huppert habla en dos ocasiones a su gato: una para reprenderle por haber sido un mierdas que no la defendió al entrar un intruso en su casa para violarla, y otra para de nuevo regañarle por ser una mala bestia y estar comiéndose un pájaro que se había dado un trompazo contra el cristal de su salón. Ese gato de Schrodinger es o un manso o un salvaje según desde la circunstancia que lo mire la Huppert. Paul Verhoeven es un señor que hizo física, y de alguna manera parece aplicar sistemas de observación cuánticos a algo tan complejo como es la realidad: a él no le sirven los sistemas binarios de bueno y malo que se sostienen durante épocas y biografías; el relato fabulador que crea el hilo narrativo del mundo real dividiendo exclusivamente en negro y blanco le da la risa. Verhoeven piensa que José Bretón algún día habría en el que fuera un ciudadano sin mácula, igual durante meses; que Josef Fritzl de padre regular pero lo mismo de jefe y de vecino fenomenal; que la Velvet Underground tiene un disco malo y Murakami un libro bueno y eso no convierte ni en bazofia a los primeros ni en un autor en que desperdiciar el tiempo al segundo. La Edad Media tiene una de las tradiciones más notorias en cuanto a lo de articular su relato en torno a buenos muy buenos y malos malísimos; o proyectabas luz o eras sombra. En Los Señores del Acero Verhoeven se ocupa de esa época. Y encima en un periodo liminal, el año 1501: fin de la Baja Edad Media una década atrás y ya inmersos sus habitantes —para los historiadores del futuro— en el Renacimiento.

Para Verhoeven la situación era idéntica a la de quienes se encontraban en ese periodo bisagra: todavía aferrado a la nimia posibilidad de seguir haciendo cine en Holanda mientras intentaba alcanzar con su otra mano el brazo que le tendían desde Estados Unidos, la película terminó siendo una caída en España (lugar donde se filmó, detalle que aprovechó hace poco el gran Óscar Aibar para tratarlo en un episodio de Cuéntame) con financiación de un buen puñado de países distintos. Este hecho ocasionó que cada parte del mecenazgo intentase inmiscuirse en aspectos de la trama urdida por Verhoeven y su socio de toda la vida Gerard Soeteman, ya fuera añadiendo o censurando detalles; consecuencia de estas intromisiones fueron que Paul hiciese por primera —y última— vez en su vida un film sin tener un storyboard, así como la inclusión de una trama amorosa que de base no estaba prevista. También supuso que Verhoeven estuviese a un pedo de dejar esto del cine para dedicarse a cualquier otra actividad, aunque eso es otra historia que supone hablar de la manera en la que se desarrolló el rodaje, las jaranas sin freno de todos los técnicos y demás hechos colaterales al film.

Los Señores del Acero se llama Flesh And Blood. Carne y Sangre, en su traducción literal. O, en simbolismo obvio, Sexo y Muerte. Lo primero es constante: la gente no rica folla sin parar, ya sea de forma consentida o violando, y los métodos contraceptivos son o procedentes de libros prohibidos por el cristianismo imperante o prácticos rollo separar un tercero a los que anden faciendo el coito a la manera del que separa a su yorkshire de un gran danés en el parque. Fruto de esta ubicuidad sexual es la todavía más omnipresente muerte, casi fruto de intentar vencerla en pos de la pervivencia de la especie a base de tener no hijos sino camadas. Aumentar las probabilidades de transmisión de herencia genética que sobreviva a la miseria imperante, la constante violencia y abuso de poderes y, sobre todo, la peste. Que arrecia que ni el trap en España, sin intención alguna de identificar lo primero con lo segundo más allá de querer insinuar que Yung Beef merece que Verhoeven le haga un biopic en la onda New Kids Turbo. Todo esto de sexo y muerte, en resumen, se clava en la secuencia con el beso bajo los dos ahorcados putrefactos: el suelo ha chupado su semen, de ahí nació la mandrágora y una chica y un chico se besan por primera vez. Niegan a la muerte contrastando a través de sus jugos salivales si les será posible esquivarla con descendencia, que es para lo que los mamíferos bípedos con Instagram hacemos la mandanga esa de juncar bocas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jark Prongo
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