Don Andrés es propietario de una parcela llena de humildes viviendas habitadas por gente muy pobre. Ahora Don Andrés necesita echar a los inquilinos para hacer un gran negocio. Lógicamente se encontrará con la oposición de éstos, por lo que buscará atemorizarlos contratando a un matón llamado "Bruto".
Estamos ante otra notable película del director aragonés en su etapa mexicana. En esta ocasión mezcla el cine negro con el drama social y el resultado es más que óptimo gracias a la enorme fuerza narrativa que imprime Buñuel, potenciada, como siempre, por la fuerza visual de las imágenes con unos juegos de luces y sombras de un virtuosismo extraordinario. Los "tics" del director aragonés (erotismo, gallinas y demás) no me interesan en absoluto pero sí su genialidad como "contador" de una historia que él llena de originalidad y veracidad, de una sensualidad aplastante.
El toque "Buñueliano" en esta película radica, sobre todo, en el sutil manejo de la cámara; de la cámara y de los personajes. En especial "El Bruto". Sí, es bruto, pero lo es sólo porque es víctima de un interés desmedido. Todos se aprovechan de él. Se ha rodeado de auténticos mediocres que no saben sacarse las castañas del fuego y recurren a él. Cuando "El Bruto" entra en contacto con la ternura, con la dulzura y con la suavidad, además de sorprenderse, ama. Y lo hace hasta tal punto y con tanta pureza y delicadeza, que cada acercamiento a Meche nos conmueve hasta las entrañas. Nos sentimos abrumados con esa lección de amor de semejante bruto. No lo esperábamos. Buñuel nos la ha colado sin que nos diéramos cuenta. Con sutileza, con discreción, con naturalidad.