Magnífica película del maestro Hitchcock. Como en tantas ocasiones, maneja como nadie los tempos del suspense, contagiando al espectador ese sutil 'in crescendo' que lo asfixia a uno hasta la resolución final de la trama. Al sentimiento de asfixia se une, en esta ocasión, una desesperación absoluta, pues, a cada minuto que pasa, sabemos, por la mirada del padre Logan, que no va a soltar prenda ni harto de vino. La culpa es de ese actorazo llamado Montgomery Clift que, en su eterna lucha por suprimir diálogos en los textos que le ofrecían, dotó a sus ojos de tal locuacidad expresiva, que su sufrimiento (en esta ocasión el del padre Logan) se traspasa inmisericorde al corazón del inquieto espectador. Aunque lo tenga de piedra. Si encima siente la presión del rudo y vehemente Karl Malden, de la enamoradiza Anne Baxter (soberbia su interpretación, aunque Hitch no la quería) y de un asesino con la cara más dura que el cemento armado, y, a todos, les responde con su mirada digna, bondadosa y compasiva, el espectador no podrá por menos que gritar: "¡Suéltalo todo de una puñetera vez!".