Los etruscos.
Es mejor pensada o como suma abismal de ideas y brillantes ocurrencias y asociaciones en cascada que como película tal cual, no acaba de casar/cuajar como tal, es más la intención que el resultado, lo que alienta que lo que consigue, la apuesta no arrienda tanto la ganancia.
Es un canto al pasado, a lo artesanal, a los objetos de antaño, a lo duradero frente a lo tan efímero tecnológico actual que es sustituido casi antes de aparecer y no deja apenas poso, obsoleto.
Cañí, castiza, España es ansí. Circo, música y cine. De los años cuarenta-cincuenta a los ochenta. Retrofuturismo. Encuentros en la tercera fase. El Coyote, Piolín, el NO-DO, Mirando al mar soñé, Florido Pensil, Gaseosa.
Turbomix u olla podrida, cajón de sastre o popurrí en el que se meten mil referencias, guiños y homenajes a un millón de revoluciones por segundo; speedica, farlopera, anfetamínica.
Sorprende y se agradece su mucha libertad y gran juego, su buen humor y riesgo. Pero tal vez se quede solo en eso, en una broma superficial, banal, pueril, blanca, blanda, inofensiva, surrealismo gañan nada más.
Tiene muy buenos momentos y grandes ingenios e imágenes, esa bombona de butano siempre de eterno reparto, cuando le dice que en realidad es negro, vamos, que está el pobre racializado nada menos, o la gruta del ufólogo tan lograda, pero también sus muy buenos ratos anodinos o directamente aburridos.
Es un poema por sus muchas rimas, el juego con el lenguaje puramente cinematográfico y su ambición o propuesta estrictamente estética, recreativa, juguetona, el arte por el arte.
El montaje, la fotografía, la dirección, todo destaca.