Una locura. Me gustan mucho. Felices los cuatro. Me los follaba (a todos). Uno a uno y detrás de otro. Quizás por turnos. A los gordos y viejos ya feos haciendo especial hincapié y con más ahínco si cabe, sin apenas hándicap, avant la lettre, a la pata la llana. A las más frescas e igualmente atractivas o apetitosas tampoco les hago ascos, quizás con mayor delicadeza y algo de desapego no el amor a ellas. El caso es que una cama redonda. Orgía francesa. Grupo salvaje. Crepita. Cejijunta. Gargamel. Gargantúa.
El sueño de un hombre ridículo. Mal de amores. Nunca desees a una mujer que tú tan mucho más joven. No arrienda la ganancia. Siempre gana la banca. Todos perdidos. Resaca. Desgasta. Descalabra. Un manchón en la inmaculada sábana. Sangra.
Ella, Adriana, no puede estar más guapa y comestible como el chocolate, deliciosa, cosa fina, en París, una española como Ana Belén o Laura Valenzuela, exhibición portentosa nínfula. La piscina. La virgen. Venus. Poderosa Afrodita. Cleopatra. Fascina.
Y ellos dos son cincuenta años del mejor cine francés, les contemplan. Los mejores de nuestra vida extinta, marchita, a pedazos se nos cae (ya), una birria. A la vejez viruelas. Septicemia. Sodoma. Esta casa es una ruina. A plazos. Renta (no muy) fija.
Me hizo gracia pero con el paso de los minutos menos, al final te aburre, una pena.
Él es Woody Allen y el otro, Depardieu, es Sidney Pollack, maridos y mujeres. Y la mujer es Judy Davis y la patriota de Barcelona que asola con familia gitana que canta y baila acompañada de una guitarra picassiana es Scarlett Johansson o Ingrid García-Jonsson tal vez, lo borda, toda la tropa.
Se ve que Daniel se quiso tomar un descanso proactivo (nada tóxico, inclusivo), vacaciones pagadas, UGT, champán y mariscada, gozarla, nena, no hacer cine que queda, pasar el rato, matar a Cronos, probar carne nueva, abandonar la dieta. Ibiza. Vámonos de fiesta. Loca.