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Voto de Ferdydurke:
7
8,2
9.139
Drama
Tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los soldados supervivientes, algunos con taras físicas, regresan a los Estados Unidos. Aunque al principio se les trata como héroes, poco tiempo después comienzan a verse marginados. (FILMAFFINITY)
31 de julio de 2016
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son indudables la magnificencia narrativa, qué vigor y hermosura, la rotundidad y honradez de la mirada, la fuerza de las imágenes, la claridad del guion, el acertado y riquísimo acompañamiento musical, todo, y mucho, tanto, una sinfonía variadísima y generosísima.
El espectador queda ahíto, satisfecho y feliz. Tres platos, postre y buena conversación. Fabuloso espectáculo.
Pero aquí no se engaña a nadie, es línea clara, bruta, sin sutilezas ni desvíos, el espectador no se puede perder, por muy torpe que sea, tiene el camino bien señalado, los altavoces retumban y las letras de neón te guían por si te distraes o rezagas.
El final es conocido, los quebrantos son seguros, lo mismo que la brillantez y la honradez a carta cabal.
Ahora bien, usted no pida ambigüedades, zonas oscuras o preguntas sin respuesta, dudas o asuntos sin resolver. Se equivocó de taquilla, aquí el cliente acaba feliz y lo tiene todo bien masticado, buena digestión y a dormir.
Tres hombres y un destino. La vuelta a casa da casi más miedo que la guerra; enfrentarse a la familia es mucho peor que el desembarco de Normandía. El paréntesis bélico trastocará vidas, rangos y costumbres; destruyó personas y mutiló extremidades. Toca volver y adaptarse. No será fácil, eso seguro. La vida siguió su curso y ahora cuesta seguir el ritmo.
Se tocan todos los aspectos con infinidad de detalles. El matrimonio, la paternidad, el trabajo, el dinero, la vivienda, la familia y, cómo no, sobre todo el amor como sostén, sentido y esperanza, el único modo de volver a ser persona y de que no te devore la fea realidad de la posguerra.
Los roles estaban claros, los hombres bebían, fumaban, hacían la guerra y morían por la patria mientras sus mujeres les esperaban, como Penélope, con santa paciencia al calor del hogar. El problema es que ahora las cosas han cambiado y ya no se tiene tan claro qué cojones le toca a cada uno. Habrá que negociar y "reinventarse" (palabra que suena a manual de autoayuda o cosa muy mala parecida).
La película es una alarde de talento y capacidad. Es cine clásico a lo grande, sin fisuras. Y por ello mismo peca de exceso, de querer atar todos los cabos y teledirigir a sus criaturas con mano de hierro. No ha lugar a la sorpresa ni a la rebeldía. El mal, la derrota o la depresión aquí siempre son pasajeras y las mujeres, salvo excepciones muy marcadas, te reciben con los brazos abiertos y el ánimo imperecedero.
Vale muchísimo, pero tampoco tanto.
El espectador queda ahíto, satisfecho y feliz. Tres platos, postre y buena conversación. Fabuloso espectáculo.
Pero aquí no se engaña a nadie, es línea clara, bruta, sin sutilezas ni desvíos, el espectador no se puede perder, por muy torpe que sea, tiene el camino bien señalado, los altavoces retumban y las letras de neón te guían por si te distraes o rezagas.
El final es conocido, los quebrantos son seguros, lo mismo que la brillantez y la honradez a carta cabal.
Ahora bien, usted no pida ambigüedades, zonas oscuras o preguntas sin respuesta, dudas o asuntos sin resolver. Se equivocó de taquilla, aquí el cliente acaba feliz y lo tiene todo bien masticado, buena digestión y a dormir.
Tres hombres y un destino. La vuelta a casa da casi más miedo que la guerra; enfrentarse a la familia es mucho peor que el desembarco de Normandía. El paréntesis bélico trastocará vidas, rangos y costumbres; destruyó personas y mutiló extremidades. Toca volver y adaptarse. No será fácil, eso seguro. La vida siguió su curso y ahora cuesta seguir el ritmo.
Se tocan todos los aspectos con infinidad de detalles. El matrimonio, la paternidad, el trabajo, el dinero, la vivienda, la familia y, cómo no, sobre todo el amor como sostén, sentido y esperanza, el único modo de volver a ser persona y de que no te devore la fea realidad de la posguerra.
Los roles estaban claros, los hombres bebían, fumaban, hacían la guerra y morían por la patria mientras sus mujeres les esperaban, como Penélope, con santa paciencia al calor del hogar. El problema es que ahora las cosas han cambiado y ya no se tiene tan claro qué cojones le toca a cada uno. Habrá que negociar y "reinventarse" (palabra que suena a manual de autoayuda o cosa muy mala parecida).
La película es una alarde de talento y capacidad. Es cine clásico a lo grande, sin fisuras. Y por ello mismo peca de exceso, de querer atar todos los cabos y teledirigir a sus criaturas con mano de hierro. No ha lugar a la sorpresa ni a la rebeldía. El mal, la derrota o la depresión aquí siempre son pasajeras y las mujeres, salvo excepciones muy marcadas, te reciben con los brazos abiertos y el ánimo imperecedero.
Vale muchísimo, pero tampoco tanto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
En el aspecto en el que más cojea es en el tratamiento del marinero. Desde la misma presentación del personaje hasta su imperial final, nos bombardean con una misma y obsesiva idea, los garfios, lógicamente, le atormentan y no quiere ni compasión ni caridad. Lo entendemos al primer minuto y te lo repiten con ahínco durante las más de dos horas siguientes, con continuos primeros planos de todo el mundo subrayando ese mismo hecho una y otra vez. Carga y cansa tanta obviedad sentimentalmente insistente, irritante e histérica.
Otra debilidad es su final, no porque sea malo, al contrario, es estupendo, sino por su evidente forzamiento, se trata de meter un happy end como sea, literalmente, manejando a los protagonistas como títeres sin criterio, me voy, me quedo, te quiero, no te quiero, para... sí, el beso (de unos) y el ya se han casado (de otros que, por cierto, hasta en ese último momento se regodean con la terrorífica, ay qué caras que ponen de espanto, posibilidad de que no pueda cumplir, el pobre lisiado, con el sagrado rito matrimonial del anillo).
Quizás le hubiese venido bien, a esta estupenda historia, una mayor libertad, un poco menos de insistencia y aclaración de cada puto asunto. Pero así quedó para los restos.
En el lado bueno de las cosas hay mucho para elegir, por ejemplo: el genial discurso del borracho Al hablando sobre avales, colinas y guerras, toda la borrachera entera, larga y magnífica del principio, el infinito tacto y delicadeza de Peggy, las miradas sabias de Myrna Loy, la guapura de Teresa y el atractivo de Dana, la sinceridad descarnada y valiente de la arpía, así la tratan, no nos engañemos, Mayo, la utilización perversa de March en el banco, su charla tensa con Dana, la escena de los perfumes, la del desguace final, el viaje del principio cuando el renegado les dice que fueron engañados a la guerra (antecedente de otras parecidas con Vietnam de fondo, años después), casi todos los diálogos, casi todos los planos, la fotografía, la dirección (¡viva Wyler!)...
Otra debilidad es su final, no porque sea malo, al contrario, es estupendo, sino por su evidente forzamiento, se trata de meter un happy end como sea, literalmente, manejando a los protagonistas como títeres sin criterio, me voy, me quedo, te quiero, no te quiero, para... sí, el beso (de unos) y el ya se han casado (de otros que, por cierto, hasta en ese último momento se regodean con la terrorífica, ay qué caras que ponen de espanto, posibilidad de que no pueda cumplir, el pobre lisiado, con el sagrado rito matrimonial del anillo).
Quizás le hubiese venido bien, a esta estupenda historia, una mayor libertad, un poco menos de insistencia y aclaración de cada puto asunto. Pero así quedó para los restos.
En el lado bueno de las cosas hay mucho para elegir, por ejemplo: el genial discurso del borracho Al hablando sobre avales, colinas y guerras, toda la borrachera entera, larga y magnífica del principio, el infinito tacto y delicadeza de Peggy, las miradas sabias de Myrna Loy, la guapura de Teresa y el atractivo de Dana, la sinceridad descarnada y valiente de la arpía, así la tratan, no nos engañemos, Mayo, la utilización perversa de March en el banco, su charla tensa con Dana, la escena de los perfumes, la del desguace final, el viaje del principio cuando el renegado les dice que fueron engañados a la guerra (antecedente de otras parecidas con Vietnam de fondo, años después), casi todos los diálogos, casi todos los planos, la fotografía, la dirección (¡viva Wyler!)...