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Voto de Ferdydurke:
9
1976
Documental, Intervenciones de: Felicidad Blanc, Juan Luis Panero, Leopoldo María Panero, Michi Panero
7,9
6.943
Documental
Leopoldo Panero, poeta, murió en Astorga, donde había nacido, en el año 1962. Catorce años más tarde, las personas que más íntimamente estuvieron ligadas a él, Felicidad Blanc, su viuda, y sus tres hijos, recuerdan aquel caluroso día de agosto. El recuerdo queda sometido a algo más que aquella fecha. Surgen otras vivencias. Y a través de la palabra y del recorrido por habitaciones, objetos, calles y lugares perdidos, se desvela la ... [+]
17 de diciembre de 2015
33 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es, probablemente, junto a "Arrebato" de Zulueta, la película más importante de la Transición. Por su alcance, temeridad y verdad. Por su arte salvaje.
Es una historia sobre lenguaje(s), su poder, grados y diferencias, toda la escala (a pesar de que Leopoldo María, el hijo mediano, "el loco", lo niegue, su existencia o validez; pero creo que él se refiere más a la idea de un ente abstracto, normativo y acartonado; rígido y autoritario, no tanto al hecho en sí; más tiene que ver con su rechazo a todas las academias y las convenciones castradoras). Si vamos de arriba hacia abajo, podemos establecer el siguiente orden:
- El lenguaje oficial. La mentira instaurada. El discurso de un Rosales emocionado con ocasión del homenaje a su amigo.
- El lenguaje culto. Habla como un libro abierto. Esa expresión tan común es justo la que mejor define a Felicidad Blanc. Con todo lo bueno, y lo malo, que eso supone. Se expresa de maravilla, con las palabras justas, con ritmo, música literaria que agrada y da brillo. Pero también suena a amaño, a discurso impostado y superficial; una especie de trituradora elegante de las verdades más incómodas. Los buenos modales de una señorita bien educada. Hay montones de frases, "era un nuevo corte en mi vida", "leía Madame Bovary en el silencio de la casa solariega", o así, similares, que dan forma a una perorata tan perfecta como hueca, un soniquete meloso y, en el fondo, muy tahúr. Un esfuerzo desesperado por transformar la cruda realidad en belleza de ornato, por poner hermosos diques a toda la miseria fluvial que te quiere anegar despiadada, toscamente.
- El lenguaje esnob. La pedantería como filosofía. El ridículo como forma de vida. Bufonada y representación. Juan Luis Panero, el hijo mayor, "as myself". Da risa y gusto verle. Asombra y se agradece una exposición tan chusca y extrema, esa falta de pudor.
- El lenguaje inocente. Juguetón, risueño, autocrítico. Virginal. Michi, el pequeño. Veía venir el toro, pero todavía se creía "mono". Sabía lo que pasaba, pero tenía ciertas esperanzas. Ahora su madre era suya. Era su turno. Le tocaba.
- El lenguaje airado. A la contra. Malditismo romántico y escalpelo clínico. Leopoldo María, el del medio. Sus soflamas incendiarias son tanto una forma de propaganda, de promoción exaltada de sí mismo, una exhibición de su pose tremendista y kamikaze, como un ariete implacable que destruye inmisericordemente el frágil equilibrio que en la hora anterior su hermano y su madre habían construido con tanto esfuerzo. Se contradice (pasa de negar el determinismo y afirmar la libertad absoluta debido a nuestra falta de sustancia, a un momento después -según el montaje final de la película- reconocer la incapacidad de reacción, o la vida como implacable círculo vicioso en el que solo caben la resignación y el (h)umor -sin hache, por supuesto) y suelta varias machadas victimistas, puro martirologio ("soy el chivo expiatorio de mi familia", "me odia todo el mundo porque represento la vida -invivible"); pero es con mucho el que más se la juega, el que provoca el, quizás, mayor deslumbramiento de la película, su fractura, su corazón herido, moribundo, ese momento, ya tan "famoso y recordado", en el que habla de la diferencia entre la leyenda épica, las hazañas del yo, y la verdad sin afeites, caiga quien caiga.
- Y, finalmente, el lenguaje puramente cinematográfico. Montaje hábil y riguroso de Chávarri para que todo encaje, para que podamos disfrutar de una espontaneidad organizada, de un caos libre y ascético, con sentido. Muy bien.
- Otra mirada. También se puede decir que está dividida en dos mitades, o en dos tríos; la misma pareja con dos acompañantes diferentes. Felicidad, Michi + Juan Luis versus Felicidad, Michi + Leopoldo María.
La primera parte es más calma y suntuosa; una derrota asumida y, más o menos, digna que, en verdad, anuncia tormenta. Confirmada en el segundo tramo con la terrorífica irrupción (como un vampiro sediento de sangre, solo le faltó la capa) del "poeta loco" (estaba en su "mejor momento"; con todo el dolor de la autodestrucción sistemática, anegado por el alcohol y otras ayudas, pero todavía lúcido, con una mente funcional, activa, epigramática, sentenciosa, aforística, asociativa, pulverizadora; las palabras salen con dificultad de su boca, pero dan de lleno en la diana, hacen daño, iluminan y duelen).
En este sentido, el de las dos caras de un espejo roto, destacaría un contraste tremendo, clave, cegador; el que observamos en Felicidad, pasamos de la mirada reprobatoria a Michi cuando este dice que la perra "parió" (ella le corrige con un "dar a luz", se supone que una expresión más adecuada para dar buena imagen, de gente respetable) a esa misma mirada, pero espantada, ante la descripción gráfica que hace Leopoldo María de sus "amores reclusos" ("Los tuve, las mamadas que me hacían los subnormales por cigarrillos"). Es un salto tan brutal, el que va de la apariencia de un cierto orden burgués, bella normalidad, que es lo que pretendía mostrar la madre, utilizar el documental para lucirse, pura inocente vanidad, al derrumbe completo de una saga, fin de raza, a la que se puede decir que Leopoldo María, con su alucinada mirada y crueles palabras, pone el epitafio definitivo. También refleja oblicuamente el choque imposible de dos tiempos, educaciones y momentos históricos antagónicos, incomunicables, completamente diferentes y en tensión constante.
Es una historia sobre lenguaje(s), su poder, grados y diferencias, toda la escala (a pesar de que Leopoldo María, el hijo mediano, "el loco", lo niegue, su existencia o validez; pero creo que él se refiere más a la idea de un ente abstracto, normativo y acartonado; rígido y autoritario, no tanto al hecho en sí; más tiene que ver con su rechazo a todas las academias y las convenciones castradoras). Si vamos de arriba hacia abajo, podemos establecer el siguiente orden:
- El lenguaje oficial. La mentira instaurada. El discurso de un Rosales emocionado con ocasión del homenaje a su amigo.
- El lenguaje culto. Habla como un libro abierto. Esa expresión tan común es justo la que mejor define a Felicidad Blanc. Con todo lo bueno, y lo malo, que eso supone. Se expresa de maravilla, con las palabras justas, con ritmo, música literaria que agrada y da brillo. Pero también suena a amaño, a discurso impostado y superficial; una especie de trituradora elegante de las verdades más incómodas. Los buenos modales de una señorita bien educada. Hay montones de frases, "era un nuevo corte en mi vida", "leía Madame Bovary en el silencio de la casa solariega", o así, similares, que dan forma a una perorata tan perfecta como hueca, un soniquete meloso y, en el fondo, muy tahúr. Un esfuerzo desesperado por transformar la cruda realidad en belleza de ornato, por poner hermosos diques a toda la miseria fluvial que te quiere anegar despiadada, toscamente.
- El lenguaje esnob. La pedantería como filosofía. El ridículo como forma de vida. Bufonada y representación. Juan Luis Panero, el hijo mayor, "as myself". Da risa y gusto verle. Asombra y se agradece una exposición tan chusca y extrema, esa falta de pudor.
- El lenguaje inocente. Juguetón, risueño, autocrítico. Virginal. Michi, el pequeño. Veía venir el toro, pero todavía se creía "mono". Sabía lo que pasaba, pero tenía ciertas esperanzas. Ahora su madre era suya. Era su turno. Le tocaba.
- El lenguaje airado. A la contra. Malditismo romántico y escalpelo clínico. Leopoldo María, el del medio. Sus soflamas incendiarias son tanto una forma de propaganda, de promoción exaltada de sí mismo, una exhibición de su pose tremendista y kamikaze, como un ariete implacable que destruye inmisericordemente el frágil equilibrio que en la hora anterior su hermano y su madre habían construido con tanto esfuerzo. Se contradice (pasa de negar el determinismo y afirmar la libertad absoluta debido a nuestra falta de sustancia, a un momento después -según el montaje final de la película- reconocer la incapacidad de reacción, o la vida como implacable círculo vicioso en el que solo caben la resignación y el (h)umor -sin hache, por supuesto) y suelta varias machadas victimistas, puro martirologio ("soy el chivo expiatorio de mi familia", "me odia todo el mundo porque represento la vida -invivible"); pero es con mucho el que más se la juega, el que provoca el, quizás, mayor deslumbramiento de la película, su fractura, su corazón herido, moribundo, ese momento, ya tan "famoso y recordado", en el que habla de la diferencia entre la leyenda épica, las hazañas del yo, y la verdad sin afeites, caiga quien caiga.
- Y, finalmente, el lenguaje puramente cinematográfico. Montaje hábil y riguroso de Chávarri para que todo encaje, para que podamos disfrutar de una espontaneidad organizada, de un caos libre y ascético, con sentido. Muy bien.
- Otra mirada. También se puede decir que está dividida en dos mitades, o en dos tríos; la misma pareja con dos acompañantes diferentes. Felicidad, Michi + Juan Luis versus Felicidad, Michi + Leopoldo María.
La primera parte es más calma y suntuosa; una derrota asumida y, más o menos, digna que, en verdad, anuncia tormenta. Confirmada en el segundo tramo con la terrorífica irrupción (como un vampiro sediento de sangre, solo le faltó la capa) del "poeta loco" (estaba en su "mejor momento"; con todo el dolor de la autodestrucción sistemática, anegado por el alcohol y otras ayudas, pero todavía lúcido, con una mente funcional, activa, epigramática, sentenciosa, aforística, asociativa, pulverizadora; las palabras salen con dificultad de su boca, pero dan de lleno en la diana, hacen daño, iluminan y duelen).
En este sentido, el de las dos caras de un espejo roto, destacaría un contraste tremendo, clave, cegador; el que observamos en Felicidad, pasamos de la mirada reprobatoria a Michi cuando este dice que la perra "parió" (ella le corrige con un "dar a luz", se supone que una expresión más adecuada para dar buena imagen, de gente respetable) a esa misma mirada, pero espantada, ante la descripción gráfica que hace Leopoldo María de sus "amores reclusos" ("Los tuve, las mamadas que me hacían los subnormales por cigarrillos"). Es un salto tan brutal, el que va de la apariencia de un cierto orden burgués, bella normalidad, que es lo que pretendía mostrar la madre, utilizar el documental para lucirse, pura inocente vanidad, al derrumbe completo de una saga, fin de raza, a la que se puede decir que Leopoldo María, con su alucinada mirada y crueles palabras, pone el epitafio definitivo. También refleja oblicuamente el choque imposible de dos tiempos, educaciones y momentos históricos antagónicos, incomunicables, completamente diferentes y en tensión constante.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Casi toda ella es digna de recuerdo. Por ejemplo (no me puedo resistir a citar):
- Las continuas miradas de pánico de Felicidad, sus continuos estremecimientos, esas pedidas de auxilio calladas, esos desesperados gritos de socorro sordos, cuando comprende que su bello esfuerzo ha sido totalmente inútil.
- El homenaje póstumo a Calvert Casey. Mas parece que sirve para alardear de las galanterías maternas, su poder de seducción y gran belleza, que para lamentar, se supone, a eso juegan, la muerte del amigo enamorado.
- El reconocimiento mutuo de los hermanos de su incapacidad para tener hijos.
- La descripción del padre a través del poema leído por Juan Luis. Putero, borracho y violento. Versión sórdida frente a la oficial: poeta laureado, esposo amantísimo y padre querido.
- Rosales como el amigo gorrón y pesado que le sirvió al padre de escudo contra su mujer. A la que parece claro que no aguantaba (la anécdota en la que ella explica cómo la prohibió acompañarle durante los paseos es tremenda).
- Los orígenes pijos, y médicos, de la madre.
- Las cobardías compartidas.
- Handel, las celdas de aislamiento y los gitanos.
- Las dos revueltas patafísicas propiciadas por Leopoldo María.
- Las guerras edípicas
- El trasiego de grandes nombres de la cultura española alrededor de la familia Panero.
Un padre autoritario pero ausente. Figura encumbrada y vidriosa. Una madre superada y superficial. Niña bien con enterramiento provinciano de cuerpo presente que cobra vida con unos hijos ya condenados de antemano, por todo, por sus genes, su infancia y la bancarrota muy especialmente. Sin criterio ni horizonte. Vagos, talentosos y sin dinero. Alcohólicos, inútiles y literarios. Una tragedia.
Una historia muy triste contada con la certeza de las buenas historias, de las mejores, las que hieden a sinceridad que afecta, que cuestiona, que cambia, que molesta a los bien pensantes, a los exquisitos que solo comen en buenos manteles y se ofenden ante lo demasiado humano o muy desagradable, que incomoda y arrebata.
- Las continuas miradas de pánico de Felicidad, sus continuos estremecimientos, esas pedidas de auxilio calladas, esos desesperados gritos de socorro sordos, cuando comprende que su bello esfuerzo ha sido totalmente inútil.
- El homenaje póstumo a Calvert Casey. Mas parece que sirve para alardear de las galanterías maternas, su poder de seducción y gran belleza, que para lamentar, se supone, a eso juegan, la muerte del amigo enamorado.
- El reconocimiento mutuo de los hermanos de su incapacidad para tener hijos.
- La descripción del padre a través del poema leído por Juan Luis. Putero, borracho y violento. Versión sórdida frente a la oficial: poeta laureado, esposo amantísimo y padre querido.
- Rosales como el amigo gorrón y pesado que le sirvió al padre de escudo contra su mujer. A la que parece claro que no aguantaba (la anécdota en la que ella explica cómo la prohibió acompañarle durante los paseos es tremenda).
- Los orígenes pijos, y médicos, de la madre.
- Las cobardías compartidas.
- Handel, las celdas de aislamiento y los gitanos.
- Las dos revueltas patafísicas propiciadas por Leopoldo María.
- Las guerras edípicas
- El trasiego de grandes nombres de la cultura española alrededor de la familia Panero.
Un padre autoritario pero ausente. Figura encumbrada y vidriosa. Una madre superada y superficial. Niña bien con enterramiento provinciano de cuerpo presente que cobra vida con unos hijos ya condenados de antemano, por todo, por sus genes, su infancia y la bancarrota muy especialmente. Sin criterio ni horizonte. Vagos, talentosos y sin dinero. Alcohólicos, inútiles y literarios. Una tragedia.
Una historia muy triste contada con la certeza de las buenas historias, de las mejores, las que hieden a sinceridad que afecta, que cuestiona, que cambia, que molesta a los bien pensantes, a los exquisitos que solo comen en buenos manteles y se ofenden ante lo demasiado humano o muy desagradable, que incomoda y arrebata.