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Voto de Ferdydurke:
8
7,1
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Drama
Durante la Segunda Guerra Mundial Lacombe, un joven campesino cuyo padre está prisionero en Alemania y cuya madre se acuesta con su jefe, intenta ingresar en la Resistencia. Rechazado por el cabecilla local, ingresa por azar en la policía alemana. Con una capacidad asombrosa para amoldarse a lo que su nuevo puesto le exige, su vida cambia cuando se enamora de France, la hija de un sastre judío. (FILMAFFINITY)
28 de noviembre de 2014
21 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Seca y desnuda. Despojada y brutal.
1944. La Francia ocupada, la de Vichy, la colaboracionista.
Zagal, chico de campo con poca instrucción, es echado de su casa. Su padre está preso y su madre está con el jefe. Trabaja en un hospicio, pero no le gusta, quiere escapar. En el hotel de la Gestapo encontrará su lugar. En una familia judía, el afecto, más o menos.
Estamos en guerra, pero casi no hay ejércitos ni acciones militares, ni nada prácticamente. Un par de interrogatorios que casi no vemos, algún soldado, la radio que dice tal y cual y poco más. El resto, lo que se cuenta, es una especie de "Ángel exterminador" Buñueliano o de "Ciénaga" Marteliana; un estado de las cosas detenido y asfixiante, cenagoso, corrupto y estático, depravado, de aguas fétidas, que hieden.
Una mirada a la contra, lejos de convenciones y monsergas. Vemos las cosas a través de Lacombe; buen salvaje, amoral e inocente. Está muy lejos de ser bueno, pero tampoco es malo del todo. Entiende poco y se deja llevar, no sabe de bandos o fines. Solo quiere que le hagan caso. La supervivencia y el placer como únicos objetivos; ser primario y esencial. Su mirada desvela el horror de la situación; sabia elección para evitar prejuicios o moralinas; Lacombe es una tabla rasa que no juzga ni condena; observa y actúa, sin añadidos ideológicos o cargas históricas, sin contexto ni condiciones, desde el egoísmo más puro, cruel y sano, sin artificios ni retorcimientos. No hay épica ni histerismos dramáticos. Cotidianidad morbosa e indolente; una apatía degradada, una desesperación sorda y apagada.
Ese hotel de la policía sería una parada de los monstruos, pero vista con fría distancia, con ironía malsana. Un ex ciclista, un ex inspector, una "funcionaria" indiferente, un niño de papá, una actriz frívola y estúpida, un tipo siniestro, un negro que pasaba por allí...; un retrato suavemente feroz de personajes que conviven en una casa de los líos; entre torturas, aburrimiento y blanda depravación; pasando el rato, estirando la ocupación nazi; sin fe y sin criterio, sin futuro y con maldad; una derrota patética y miserable.
Y la casa judía, ese es el otro escenario. Familia enclaustrada y condenada. Sin salida. La abuela (autista), el padre (fatalista y resignado) y la hija (desquiciada y todavía con cierta esperanza y vitalidad). Escondidos. Humillados y ofendidos.
1944. La Francia ocupada, la de Vichy, la colaboracionista.
Zagal, chico de campo con poca instrucción, es echado de su casa. Su padre está preso y su madre está con el jefe. Trabaja en un hospicio, pero no le gusta, quiere escapar. En el hotel de la Gestapo encontrará su lugar. En una familia judía, el afecto, más o menos.
Estamos en guerra, pero casi no hay ejércitos ni acciones militares, ni nada prácticamente. Un par de interrogatorios que casi no vemos, algún soldado, la radio que dice tal y cual y poco más. El resto, lo que se cuenta, es una especie de "Ángel exterminador" Buñueliano o de "Ciénaga" Marteliana; un estado de las cosas detenido y asfixiante, cenagoso, corrupto y estático, depravado, de aguas fétidas, que hieden.
Una mirada a la contra, lejos de convenciones y monsergas. Vemos las cosas a través de Lacombe; buen salvaje, amoral e inocente. Está muy lejos de ser bueno, pero tampoco es malo del todo. Entiende poco y se deja llevar, no sabe de bandos o fines. Solo quiere que le hagan caso. La supervivencia y el placer como únicos objetivos; ser primario y esencial. Su mirada desvela el horror de la situación; sabia elección para evitar prejuicios o moralinas; Lacombe es una tabla rasa que no juzga ni condena; observa y actúa, sin añadidos ideológicos o cargas históricas, sin contexto ni condiciones, desde el egoísmo más puro, cruel y sano, sin artificios ni retorcimientos. No hay épica ni histerismos dramáticos. Cotidianidad morbosa e indolente; una apatía degradada, una desesperación sorda y apagada.
Ese hotel de la policía sería una parada de los monstruos, pero vista con fría distancia, con ironía malsana. Un ex ciclista, un ex inspector, una "funcionaria" indiferente, un niño de papá, una actriz frívola y estúpida, un tipo siniestro, un negro que pasaba por allí...; un retrato suavemente feroz de personajes que conviven en una casa de los líos; entre torturas, aburrimiento y blanda depravación; pasando el rato, estirando la ocupación nazi; sin fe y sin criterio, sin futuro y con maldad; una derrota patética y miserable.
Y la casa judía, ese es el otro escenario. Familia enclaustrada y condenada. Sin salida. La abuela (autista), el padre (fatalista y resignado) y la hija (desquiciada y todavía con cierta esperanza y vitalidad). Escondidos. Humillados y ofendidos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Y el rato final es fabuloso. Poesía en medio del espanto. Él es como un animal, sin civilizar, que no conoce el mundo ni los hombres, que está fuera de lugar, ausente y extraño. Y acaba en su medio, la Naturaleza, cazando y jugando. En el final recupera la libertad perdida al no haber personas ni reglas que sometan, coarten, clasifiquen o limiten; una pequeña victoria para un personaje que no tiene sitio en un mundo atroz. Ella le mira con intensidad; le quiere y le odia, le compadece y le teme, le admira y desprecia... Él es un arquetipo, un símbolo de la Francia traicionada y corrompida, de la doblegada y vencida, una víctima (y victimario); la muerte de la inocencia, pero sin maniqueísmos ni sensiblerías.
Gran película de Malle, valiente y certera. No se queda con lo coyuntural y rechaza la propaganda. Trasciende; nos retrata como especie; en nuestra vaciedad, crueldad y absurdo, sin olvidar la ingenuidad, la necesidad y la confusión.
Cuarenta años después sigue nueva.
Gran película de Malle, valiente y certera. No se queda con lo coyuntural y rechaza la propaganda. Trasciende; nos retrata como especie; en nuestra vaciedad, crueldad y absurdo, sin olvidar la ingenuidad, la necesidad y la confusión.
Cuarenta años después sigue nueva.