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Voto de Ferdydurke:
2
6,4
1.205
Drama. Ciencia ficción
Unos científicos son enviados al planeta Arkanar, donde la civilización se ha quedado estancada en plena Edad Media. En ese mundo, uno de los investigadores es tomado por el hijo ilegítimo de Dios. Épica adaptación de la novela de los hermanos Strugatski, rodada y montada durante más de un decenio. (FILMAFFINITY)
1 de agosto de 2015
73 de 98 usuarios han encontrado esta crítica útil
En otro planeta. Eso sin duda.
Lees la sinopsis y las estupendas críticas positivas, o negativas (profesionales y no -las de esta página web son magníficas), y rápidamente compruebas una cosa curiosa: hay muchas, muchísimas más palabras, sentido, lógica, personajes, trama, contexto, reflexión, referencias... que en la misma película, de lejos. Es decir, superan a la misma obra, la sobrepasan por todos lados.
Ya que de esta película, esa es la cosa, el meollo, se podría decir sin exagerar (casi nada) que es un único plano secuencia (con descansos, para algo inútilmente disimular) estirado durante tres horas sobre un trozo de carne (el hombre, no más) pudriéndose, mientras "llueve mansamente y sin (casi) parar, llueve sin ganas y con infinita paciencia".
O dicho de otra manera: en cuanto a densidad informativa no llega ni al minuto, ahí cabe todo lo que cuenta, explica o muestra esta... Pero claro, sí que se extiende, como marea viscosa, plaga de gusanos o sudario interminable mientras van cayendo, a dolor, los 177 minutos (10.620 segundos como mosquitos enfermos), tortuosamente, groseramente. "Y eso duele" (lo dicen varias veces, y está claro que no estaban pensando precisamente en la Bombi, o quizás sí). Se hace tedioso, te sientes vapuleado, maltratado, como saco de patatas en el mercado negro. Pero, y eso también duele, aunque tampoco demasiado, ni siquiera te dejan el consuelo del escándalo y el grito en el cielo, ni alivios consabidos tan consoladores como el sexo chabacano o la cutre violencia, qué va, ni la alegría del extremo más morboso o el placer de la imaginación más lisérgica, no, nada, es una guarrada puritana, una porquería reprimida, un estercolero gélido y distanciado, un bello cuadro de inmundicias, una pocilga encapsulada, un todo machacona, obsesiva, repetitivamente tibio en su bajeza y putrefacción constantes, un chorreo desganado de miserias y menudencias fluviales, un fluir anodino de líquidos y heces, un inventario rutinario y alucinado de cagarros, meadas, mocos, gargajos, esputos, tripas, charcos, sudor, sangre...; una epopeya del asco, un cantar de gesta bizarro e intelectualizado en su deambular mecánico y ciego, como si alguien, seguramente un Dios imbécil, hubiese apretado un botón en algún lugar muy lejano y sórdido y ya nadie fuera capaz de detener ese juguete averiado, esa inercia ensimismada y muerta.
Todo de cerca pero como de través, desconectado, desangelado, sin relación con nada, sin razón ni motivo, sin causa ni fin, solo porque sí. No hay más que mugre y fealdad, una prolija y prosaica basura, una infinita suma de inmundicias, un cenagal sin vida. Ni personajes, trama, diálogos...
La cámara en continuo movimiento, planos apretujados, llenos de gente (en el infierno la soledad nunca es una opción) que pasaba por allí (miran a cámara sin pudor ninguno), tullidos, desgraciados, desdentados, tumefactos, carcomidos y delirios. Una corte de los milagros futurista y apocalíptica; Mad Max después de haber caído en un pantano lleno de vómitos y tras haber sido secuestrado por marcianos rusos que le violaron, robaron y, ya de paso, arrancaron el corazón con un ojo bizco y homicida, tuertos de ira.
"Masacre: ven y mira" en su versión más anoréxica y reconcentrada, más fea y grasienta, más extraña y posesa.
Pero quizás, a pesar de todo lo expuesto, se pueda apreciar la terquedad de este director y su indudable afán artístico, que puede llegar a recordar toda esa tradición pictórica tan fecunda y rica que nos habla del horror y la muerte; un cuadro en movimiento. O la confirmación, la letanía, de que no somos más que barro animado; una elegía de nuestra entraña desdichada, un retrato minucioso de nuestra esencial descomposición en movimiento... Vale, pero...
Casi más interesante que la propia película fue contemplar el espectáculo en la sala, el efecto devastador de esta vasta obra, como virus africano y rabioso. Estaba casi llena (¿No hemos vuelto locos todos de repente? Una peli rusa de tres horas en blanco y negro y subtitulada. ¿Se dejaron llevar por dos palabras tan peligrosas como son Ciencia Ficción? ¿O por otras dos casi más engañosas todavía: Edad Media? ¿Creyeron que era Juego de Tronos y se dieron de bruces con la realidad de Juego de, ateniéndonos a su acepción escatológica y sin renunciar por ello a la idea central de la película rusa, Letrinas -en realidad se parecen mucho, es lo que quedaría de la serie tan famosa si le quitaras todo de golpe, como vaciar un cuerpo y dejarle solo las vísceras, corrompiéndose, siendo devoradas por batallones ciegos de larvas hambrientas y aburridas? ¿Eran todos rusos y anhelaban su patria chica, su lengua materna?) y no pude evitar hacer un repaso valorativo, la pregunta que surgía al correr de los fotogramas era simple y directa, cuál sería el número exacto de bajas y heridos de guerra, porque una cosa estaba clara, de este Vietnam cinéfilo no salíamos todos vivos, sanos y salvos, este Dios del cine tan cruel y absurdo reclamaba con furia desganada sacrificios humanos, y los iba a haber, vaya que sí.
Lees la sinopsis y las estupendas críticas positivas, o negativas (profesionales y no -las de esta página web son magníficas), y rápidamente compruebas una cosa curiosa: hay muchas, muchísimas más palabras, sentido, lógica, personajes, trama, contexto, reflexión, referencias... que en la misma película, de lejos. Es decir, superan a la misma obra, la sobrepasan por todos lados.
Ya que de esta película, esa es la cosa, el meollo, se podría decir sin exagerar (casi nada) que es un único plano secuencia (con descansos, para algo inútilmente disimular) estirado durante tres horas sobre un trozo de carne (el hombre, no más) pudriéndose, mientras "llueve mansamente y sin (casi) parar, llueve sin ganas y con infinita paciencia".
O dicho de otra manera: en cuanto a densidad informativa no llega ni al minuto, ahí cabe todo lo que cuenta, explica o muestra esta... Pero claro, sí que se extiende, como marea viscosa, plaga de gusanos o sudario interminable mientras van cayendo, a dolor, los 177 minutos (10.620 segundos como mosquitos enfermos), tortuosamente, groseramente. "Y eso duele" (lo dicen varias veces, y está claro que no estaban pensando precisamente en la Bombi, o quizás sí). Se hace tedioso, te sientes vapuleado, maltratado, como saco de patatas en el mercado negro. Pero, y eso también duele, aunque tampoco demasiado, ni siquiera te dejan el consuelo del escándalo y el grito en el cielo, ni alivios consabidos tan consoladores como el sexo chabacano o la cutre violencia, qué va, ni la alegría del extremo más morboso o el placer de la imaginación más lisérgica, no, nada, es una guarrada puritana, una porquería reprimida, un estercolero gélido y distanciado, un bello cuadro de inmundicias, una pocilga encapsulada, un todo machacona, obsesiva, repetitivamente tibio en su bajeza y putrefacción constantes, un chorreo desganado de miserias y menudencias fluviales, un fluir anodino de líquidos y heces, un inventario rutinario y alucinado de cagarros, meadas, mocos, gargajos, esputos, tripas, charcos, sudor, sangre...; una epopeya del asco, un cantar de gesta bizarro e intelectualizado en su deambular mecánico y ciego, como si alguien, seguramente un Dios imbécil, hubiese apretado un botón en algún lugar muy lejano y sórdido y ya nadie fuera capaz de detener ese juguete averiado, esa inercia ensimismada y muerta.
Todo de cerca pero como de través, desconectado, desangelado, sin relación con nada, sin razón ni motivo, sin causa ni fin, solo porque sí. No hay más que mugre y fealdad, una prolija y prosaica basura, una infinita suma de inmundicias, un cenagal sin vida. Ni personajes, trama, diálogos...
La cámara en continuo movimiento, planos apretujados, llenos de gente (en el infierno la soledad nunca es una opción) que pasaba por allí (miran a cámara sin pudor ninguno), tullidos, desgraciados, desdentados, tumefactos, carcomidos y delirios. Una corte de los milagros futurista y apocalíptica; Mad Max después de haber caído en un pantano lleno de vómitos y tras haber sido secuestrado por marcianos rusos que le violaron, robaron y, ya de paso, arrancaron el corazón con un ojo bizco y homicida, tuertos de ira.
"Masacre: ven y mira" en su versión más anoréxica y reconcentrada, más fea y grasienta, más extraña y posesa.
Pero quizás, a pesar de todo lo expuesto, se pueda apreciar la terquedad de este director y su indudable afán artístico, que puede llegar a recordar toda esa tradición pictórica tan fecunda y rica que nos habla del horror y la muerte; un cuadro en movimiento. O la confirmación, la letanía, de que no somos más que barro animado; una elegía de nuestra entraña desdichada, un retrato minucioso de nuestra esencial descomposición en movimiento... Vale, pero...
Casi más interesante que la propia película fue contemplar el espectáculo en la sala, el efecto devastador de esta vasta obra, como virus africano y rabioso. Estaba casi llena (¿No hemos vuelto locos todos de repente? Una peli rusa de tres horas en blanco y negro y subtitulada. ¿Se dejaron llevar por dos palabras tan peligrosas como son Ciencia Ficción? ¿O por otras dos casi más engañosas todavía: Edad Media? ¿Creyeron que era Juego de Tronos y se dieron de bruces con la realidad de Juego de, ateniéndonos a su acepción escatológica y sin renunciar por ello a la idea central de la película rusa, Letrinas -en realidad se parecen mucho, es lo que quedaría de la serie tan famosa si le quitaras todo de golpe, como vaciar un cuerpo y dejarle solo las vísceras, corrompiéndose, siendo devoradas por batallones ciegos de larvas hambrientas y aburridas? ¿Eran todos rusos y anhelaban su patria chica, su lengua materna?) y no pude evitar hacer un repaso valorativo, la pregunta que surgía al correr de los fotogramas era simple y directa, cuál sería el número exacto de bajas y heridos de guerra, porque una cosa estaba clara, de este Vietnam cinéfilo no salíamos todos vivos, sanos y salvos, este Dios del cine tan cruel y absurdo reclamaba con furia desganada sacrificios humanos, y los iba a haber, vaya que sí.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El del arsenal de palomitas y aguachirris caería, sin duda ninguna (aguantó el valiente como una hora, después de atracarse a grasas y azúcares en revoltijo procaz su tiempo estaba marcado, su conciencia pronto repetiría el mantra, el tam tam, el ooomm: sal de allí como alma que lleva el diablo y no mires atrás jamás); así fue. Más tarde, un grupo de zagales despistados, engañados por algún crítico sin alma o por un boca oreja traicionero; después, treintañeros desnortados con cara de estupor y vergüenza en la sangre; finalmente, los más maduros y estoicos, gajos disgregados de una fruta incomestible, soldados desertores y ofuscados. Recuento final, número de bajas: fueron ocho las víctimas de este Leviatán impío; el resto quedó mutilado, con el alma hecha añicos y el cerebro para el desguace, irremediablemente destruido, retorciéndose en las butacas como medusas paralíticas, mirando al de al lado desesperados, en busca de respuestas imposibles; carraspeos, suspiros, ayayayays enmascarados todo el santo rato. Los menos, aguantaron el tipo sin inmutarse, gente de fiar, iría a la guerra con ellos, les votaría como presidentes de la comunidad, les confesaría mis más negros pecados, incluso les avalaría sin dudarlo ni un segundo, buenos ciudadanos, bien educados y entrenados, con grandes principios y los más altos valores, ni un mal gesto ni una queja, concentrados, aprendiendo, asimilando.
Fue una gran experiencia, para qué nos vamos a engañar, lo más parecido a un atasco en Júpiter.
Aviso importante: si, por lo que sea, te ves en la obligación de tener que votar esta película, por una deuda de juego, quizás, o por una promesa contrita en el lecho de un moribundo querido, tal vez, si es desgraciadamente así, mi consejo sería que fueras a lo seguro, al medio, el mejor término siempre, entre el cuatro y el seis aciertas, ahí seguro que no fallas, el cinco sería, muy probablemente, la mejor elección, darías el pego y, lo más importante, evitarías caer en la sucia trampa de dos obvias y malas tentaciones: la que supondría votarla con un uno (aunque sería lo más justo, no nos engañemos con ello) y su opuesta o gemela rabiosa, el diez claramente, feliz (también); y así te librarías de la ominosa posibilidad de acarrear un estigma que te podría acompañar toda la vida y amargarte la existencia, a saber, si fueras a por la nota más baja o ínfima, quedar como un indocumentado sin fondo cinéfilo, de gusto superficial e insustancial, o, justo lo contrario, si apostaras por la plenitud solar de la nota máxima, aparecer como un esnob tan pedante como influenciable, es decir, los dos abismos de la cultura en los que nadie quiere perecer. En cambio, con el ecuánime y equilibrado cinco pasarías por un tipo enterado pero sin estúpidos alardes, que las ve venir, culto pero sin la necesidad engorrosa de tener que demostrarlo a cada rato, distanciado, justo, imperial, casi, aunque sea tan difícil, como un Dios Medieval.
Yo lo intenté con todas mis fuerzas, de veras. Y casi que lo conseguí durante un buen rato con un valor que no me conocía, pero, pardiez, acabé finalmente hincando la rodilla ante el Don, la obtusa realidad, como siempre, me puso en mi puto sitio.
Nadie es perfecto, ni siquiera en la ficción.
Fue una gran experiencia, para qué nos vamos a engañar, lo más parecido a un atasco en Júpiter.
Aviso importante: si, por lo que sea, te ves en la obligación de tener que votar esta película, por una deuda de juego, quizás, o por una promesa contrita en el lecho de un moribundo querido, tal vez, si es desgraciadamente así, mi consejo sería que fueras a lo seguro, al medio, el mejor término siempre, entre el cuatro y el seis aciertas, ahí seguro que no fallas, el cinco sería, muy probablemente, la mejor elección, darías el pego y, lo más importante, evitarías caer en la sucia trampa de dos obvias y malas tentaciones: la que supondría votarla con un uno (aunque sería lo más justo, no nos engañemos con ello) y su opuesta o gemela rabiosa, el diez claramente, feliz (también); y así te librarías de la ominosa posibilidad de acarrear un estigma que te podría acompañar toda la vida y amargarte la existencia, a saber, si fueras a por la nota más baja o ínfima, quedar como un indocumentado sin fondo cinéfilo, de gusto superficial e insustancial, o, justo lo contrario, si apostaras por la plenitud solar de la nota máxima, aparecer como un esnob tan pedante como influenciable, es decir, los dos abismos de la cultura en los que nadie quiere perecer. En cambio, con el ecuánime y equilibrado cinco pasarías por un tipo enterado pero sin estúpidos alardes, que las ve venir, culto pero sin la necesidad engorrosa de tener que demostrarlo a cada rato, distanciado, justo, imperial, casi, aunque sea tan difícil, como un Dios Medieval.
Yo lo intenté con todas mis fuerzas, de veras. Y casi que lo conseguí durante un buen rato con un valor que no me conocía, pero, pardiez, acabé finalmente hincando la rodilla ante el Don, la obtusa realidad, como siempre, me puso en mi puto sitio.
Nadie es perfecto, ni siquiera en la ficción.