He de reconocer que he mirado la hora unas cuantas veces en esta bella historia (novela de André Aciman) sobre el despertar sexual de un adolescente culto, sensible y acomodado en un ambiente idílico en uno de esos veranos interminables, irrepetibles e inolvidables que marcan fronteras en nuestra vida. Como un excelente perfumista Guadagnino al alimón con Ivory capturan la esencia de ese tiempo de calma exterior y tormenta interior. Entiendo que se constituya en un referente gay, donde la cultura helenística sirve de referencia y donde todos son, la chica, los padres, comprensivos y razonables y la sensualidad rezuma sin estridencias como ese jugo de la icónica escena del melocotón.
El entorno, la naturaleza, la luz mediterránea son esenciales y el director ya demostró en "Cegados por el sol" (2015) que sabe  manejarlos como su mejor baza. La otra es la brillante composición de Timothée Chalamet. Sin embargo el asunto se estira más de lo  necesario y se vuelve previsible y Guadagnino no acaba de encontrar la misma eficacia artística cuando aborda los encuentros sexuales aunque declare que no quería que fueran explícitos. Afortunadamente remata la faena con un escena memorable en la que el siempre eficiente secundario Michael Stuhlbarg borda probablemente su mejor interpretación.
Una historia de amor universal durante la calma que precede a la tormenta que traería consigo los tiempos del Sida.

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