Es casi labor de fe encontrar alguno de los hechos reales en los que dice basarse la película. Ratzinger y Bergoglio nunca se encontraron. Y muchas cosas más que dejo al interesado buscar en las páginas de la historia. Pero citando a John Ford no queda más remedio que decir aquello de: "si le gustó la película, que más quiere". Y francamente la película me gustó así es que...

Desde el trepidante montaje del inicio a modo de presentación de los entresijos del cónclave vaticano la cosa ya te ha enganchado. Luego Hopkins y Pryce te dejan hipnotizado con sus composiciones y te crees lo que te echen sin desmerecer en absoluto a Juan Minujín como joven Bergoglio  Están divertidos y rezuman pasiones y contradicciones humanas antes y durante su etiquetado como infalibles. La Capilla Sixtina (recreada en 8 semanas por el equipo de Netflix) hace insignificantes a estos Pedros tan diferentes en pleno siglo XXI que comparten pizza "diavola" mientras se confiesan sus pecados. El tema de la pederastia y la connivencia con las dictaduras de turno en la Iglesia Católica Apostólica y Romana asoman la patita sin que Meirelles se moje demasiado. La puesta en escena y la fotografía de Cesar Charlone son impecables, junto con una selección musical juguetona (ABBA) y traviesa ("Bella Ciao"). Dios viene a ver a Hopkins y Pryce, pero el Vaticano no les dejó entrar a rodar. Con la Iglesia hemos topado, Sancho.

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