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Voto de Juan Marey:
9
Terror Orlac, un pianista famoso, pierde ambas manos en un accidente. Los médicos deciden trasplantarle las manos de Vasseur, un asesino condenado a muerte. La operación es un éxito, pero desde ese momento el pianista comienza a verse embargado por impulsos criminales. Tiene pesadillas y ve el rostro de un hombre que cree que es Vasseur... (FILMAFFINITY)
19 de diciembre de 2023
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En la filmografía de Robert Wiene se descubren películas que por uno u otro motivo se han convertido en clásicos de la cinematografía alemana, entre esas producciones se encuentra una obra maestra de la talla de “El gabinete del doctor Caligari” (Das Kabinett des Doktor Caligari, 1920), obra referente del movimiento más representativo del cine alemán de principios de la década de 1920, dentro del cual también se podría encuadrar esta primera adaptación de “Las manos de Orlac” (Orlac's Hánde), realizada en un momento en el que el expresionismo empezaba a declinar, por ello, en “Las manos de Orlac” la estética deformadora que dominaba en “El gabinete del doctor Caligari” se suaviza en extremo, tanto en su forma como en su contendido.

Yo particularmente conozco tres adaptaciones de la novela de Maurice Renard, de ellas, tengo un recuerdo francamente negativo de la dirigida por Edmond T. Gréville a principios de los sesenta, mientras que resulta magnífica la filmada por Karl Freund en los primeros años treinta, obra que, pese a su notable interés, siempre ha quedado oscurecida por otros de los exponentes surgidos en el periodo dorado de la Universal, siendo sin embargo superior a no pocos de ellos, sin duda, el ser un exponente de horror puro, sin recurrir a la existencia de ningún tipo de monstruosidades, llevó a dejar en un segundo plano sus logros. Pero, con diferencia, la mejor versión es esta magnífica película de Robert Wiene que hoy nos ocupa, es una joya de la narrativa que mezcla el género policíaco y el gótico en un tenso relato que gana grandes dosis de suspense a medida que se desarrolla, la película reproduce los postulados del vanguardista expresionismo alemán, aunque suavizados en favor de una estética más noir y naturalista, abundan las metáforas y los golpes de efecto, como por ejemplo, el cruce de dos trenes a gran velocidad que parecen destinados a colisionar entre sí, anticipo claro del accidente que está por llegar instantes después, la siguiente escena del convoy destrozado sobre las vías y la búsqueda de Orloc por parte de su mujer entre el amasijo de acero en que han quedado convertidos los vagones sobrecoge también por su gran realismo.

Nos encontramos con una obra de extrema austeridad y escasos decorados, un drama que se centra en el alma torturada del pianista Paul Orlac, y, evidentemente, para ello, se requería un intérprete que asumiera sobre sus hombros un personaje complejo, sensible y huidizo al mismo tiempo, era una apuesta arriesgada, pero a la que se entrega Conrad Veidt de una manera estremecedora, su actuación va más allá de todo elogio, resultando de una asombrosa modernidad e intensidad, hasta el punto de transmitir y compartir con el espectador ese drama emocional, que llega a expresar mediante un lenguaje corporal de sobrecogedora efectividad, pocas interpretaciones del periodo silente nos han conmovido más que la realizada por Veidt en esta ocasión, en la que quizá sea su encarnación más excepcional de una carrera admirable, truncada por una muerte demasiado prematura.
Juan Marey
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