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Voto de Pedro Triguero_Lizana:
9
Drama. Cine negro. Intriga. Terror El Dr. Bernard llega casi al punto de obsesionarse por intentar capturar a un temible criminal, atrapando a varios sospechosos a los que da por culpables. Uno de ellos, un enano óseo displásico, descubre uno de los cadáveres en un caño de desagüe y al reportarlo es tomado por el asesino y arrestado, tan solo por su aspecto repulsivo. (FILMAFFINITY)
18 de enero de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El vampiro negro" es un largometraje muy peculiar. Es un "remake" de "M, el vampiro de Düsseldorf" (M-Eine Stadt sucht einen Mörder, 1931), de Fritz Lang, pero con un desarrollo narrativo más "feminista", para dar protagonismo a Olga Zubarry, y con una fotografía en blanco y negro claramente expresionista que parece influida por la de "El tercer hombre" (The Third Man, 1949), de Carol Reed.

Por otro lado, pese al acento local, pese a estar rodada en la ciudad de Buenos Aires, y pese a alguna palabra tan argentina que suena alguna vez, como "cuadra", para referirse a una manzana, esta película juega a tratar de presentar la acción en un indeterminado país europeo, seguramente Alemania, pues alemán es el idioma de un documento oficial que aparece con los datos de Amalia Keitel (Olga Zubarry) y alemán es el idioma de un rótulo de una fábrica que aparece fugazmente. Tal vez esa intención de no dar a la historia un ambiente muy argentino fuera una imposición de la censura argentina de entonces.

En todo caso, y pese a lo anterior, destacan la dureza de algunas secuencias, como la de la paliza que Nathán Pinzón propina a Olga Zubarry, así como la ironía con que suele adornarse la narración, una narración que priva al espectador del habitual suspense de un relato de crímenes, pues desde el principio se muestra la identidad del asesino, el vampiro del título (Nathán Pinzón), y todo el desarrollo narrativo viene a explicar la historia de este pederasta, un profesor de inglés que vive en una casa de huéspedes.

La historia está protagonizada por el asesino (Pinzón), el fiscal que le persigue (Roberto Escalada) y la testigo de uno de los crímenes del asesino (Zubarry), que canta en un cabaré de mala muerte; y lo curioso es que, aunque son tres personajes que no tienen nada que ver entre sí, en principio, la trama va relacionándoles con gran habilidad, haciendo ver al espectador que son tres personajes que están solos, aunque no lo parezca.

En cuanto al asesino, usa las alcantarillas y la red de alcantarillado para huir, lo que es muy metafórico -es un personaje que vive sumido en un infierno permanente, y en una perversión que le domina- y permite una puesta en escena muy expresiva y acertada, gracias a una fotografía en blanco y negro magistral que hace que sea la propia luz la que cuente y defina esta historia de terrores propios y ajenos, de purgatorios y laberintos, de sufrimiento y obsesiones.

Para mí, es una obra tan buena como la de Fritz Lang. Lo que quiere decir que se trata, posiblemente, de una obra maestra del cine argentino y, por qué no, del cine mundial. A reivindicar urgentemente.
Pedro Triguero_Lizana
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