En mi crítica de Beowulf comenté que la película de Robert Zemeckis no era en realidad una película, sino un poema épico puesto en imágenes, y que no por tanto no seguía ninguna convención cinematográfica. Con El nuevo mundo me ha pasado algo similar. Terrence Malick no ha rodado una película, sino un documental extraordinario y preciosista que desarrolla una mínima historia y se contenta con acompañar los larguísimos planos con una cargante voz en off y una machacona música de James Horner (al que debió de sonarle la flauta por casualidad en Titanic, porque nunca más ha vuelto a hacer nada destacable).
No diré que te duermes viéndola, pero la extrema lentitud del montaje y el hecho de que, como digo, apenas haya una historia que contar (el asentamiento inglés en Virginia le importa bastante poco a Malick) acaban haciendo que toda la película se resienta. Los personajes aparecen y desaparecen sin motivo alguno, y los actores que les dan vida no pueden hacer nada para corregir el tedio. Algunos verán poesía en la película, pero yo veo una historia desaprovechada que podría haber sido una película extraordinaria, y se queda en casi nada.

Lo mejor: Los actores, que hacen lo que pueden con el material tan pobre que se les ha dado.
Lo peor: Es lenta, muy lenta, y cuando acaba no te ha contado apenas nada.